22 de mayo de 2012

El sabor del agua que no queremos beber

  Habían pasado más de 5 años desde entonces y ella nunca había tenido ni una sola recaída, hasta ese día.

  Se llamará Manuel, como mi padre. Acarició su vientre y continuó andando. Hacía dos meses que él la había dejado y solamente uno desde que había conocido la buena nueva. Nunca se había planteado qué haría en el caso de quedarse embarazada. Nunca se había planteado tantas cosas...

  La decisión de seguir adelante con el embarazo, de dejar que un ser tomara vida propia dentro de su cuerpo, la tomó espontáneamente. No lo habló con nadie. No pensó ni siquiera en contárselo al hombre responsable de esa nueva vida. Todos los planteamientos y quebraderos de cabeza se veían aliviados con la presión que sentía en el pecho. 

  Con el paso de los días su ilusión iba creciendo, sus ideas tomaban forma y su impaciencia crecía. No contó nada a nadie. Una vez fuera evidente no habría nada más que añadir. Por ahora tenía las riendas de su vida y así estaba bien. 

  El miedo que podía experimentar por el hecho de ser madre soltera no la frenaba. Sus ganas y su fuerza galopaban a una intensidad muy alta. Era su hijo y lo cuidaría como lo habían  hecho con ella. Las drogas habían marcado su juventud hasta el punto de dejarla consumida en huesos y algo de piel. Él -el que ya no estaba- la sacó de ese mundo de carencias y respiraciones entrecortadas. Sólo la tomó de la mano y se la llevó, lejos.

  Por eso no entendía bien por qué había hecho esa llamada. Por qué el corazón le daba brincos al pensar en lo que estaba a punto de pasar. Por qué estaba haciendo algo que lo único que comportaría sería un gran daño.

  Abrió la bolsa y la blancura se le reflejó en los ojos. No dejó rastro. Cayó al suelo. Sólo pensaba en Manuel. Sólo pensaba en lo cruel que es el mundo, en lo envidiosas que son las personas, en lo mal que sabe el agua que no queremos beber. 

  Su adiós fue más limpio que cualquier adiós premeditado. Se fue pensando en la vida, pensando en lo feliz que sería cuando pasaran unos pocos meses, cuando tuviera a su hijo entre los brazos. Eso fue lo más hermoso de su vida, y es que se fue sin saber que se estaba yendo.