5 de julio de 2011

En la vida hay que vivir.

Yo siempre me imaginaba cayendo. Por delante de mí una larga pasarela. Una luz tan potente que cegaba mis ojos. Sólo podía pensar en la caída. La imagen de andar por la vida en zapatillas se me antojaba fácil, ligera, relajante. Podía sortear obstáculos, dar grandes saltos, ponerme de cuclillas para tantear el terreno que se avecinaba. Pero yo nunca llevaba esas zapatillas facilitadoras.

La luz me deslumbraba tanto que el sentido del oído se agudizaba rápidamente y, por desgracia, sólo se oían mis pensamientos: "vas a caer, vas a caer, todos van a juzgarte, a reirse de ti". Pensarán: "ella sabía donde se metía al andar por esta pasarela, la pasarela de la vida se le ha quedado grande". Yo sola, frente a un severo público que me observaba sin pudor, de arriba a abajo, por delante y por detrás. Los tacones eran enormes, podrían caber dos pies como el mío; Eran como grandes zuecos de madera hechos para algún tipo de gigante. Mis pies se veían ridículos, insignificantes... Así en cierta manera es como veía la vida: una larga pasarela rodeada de personas en la que tienes que defenderte y caminar con unos zapatos que muy probablemente no están hechos a tu medida.

La idea de caer me asustaba y me atraía al mismo tiempo. Es como la llamada "atracción al vacío", esa sensación que te cala por dentro y no puedes evitar. Las ganas de caer, de chocarte contra algo, llegar a un lugar desde el cual ya no puedas bajar más. El ascensor de mi vida parecía no tener fin a la hora de bajar plantas. Bajaba, y siempre podia seguir bajando, más y más. Quería caer para eso, para bajar del todo, al fin y al cabo de ahí ya no podía pasar.

Tenía la carne de gallina, mi cerebro iba a mil por hora, las funciones de cada parte de mi cuerpo luchaban unas contra otras sin sentido, dando paso a una especie de temblor incoherente que era la suma de todas ellas y el resultado de ninguna. Recordé cuando era pequeña y estaba en el borde de la piscina. No tenía demasiado calor, así que no pensaba zambullirme hasta que pasara un buen rato; pero eso a los demás les importa más bien poco, y sin esperarlo siquiera noté un balanceo en mi cuerpo que me arrastraba directamente al agua. Cuando salí a la superficie y me vi dentro del agua pensé: "aún era demasiado pronto pero ya no hay remedio".

Curiosamente así me sentía en ese momento, alguien o algo sin tener en cuenta mis circunstancias, sin preguntarme, y por supuesto, sin dar la cara, había decidido pegarme un empujón, sacudirme para recordarme que estaba viva, que a veces no hay tiempo para decidir con calma, para sopesar las cosas... que a veces las cosas te pillan desprevenida y pasan a ser irreversibles. No hay vuelta atrás. Nunca volverá a ser como antes, se acabó. No tenemos un "deshacer" que nos devuelva la seguridad, que nos proporcione esa sensación de estar en casa, de despertar de una pesadilla horrible y darte cuenta de que todo ha sido un mal sueño.

La vida no tiene ensayos, la vida es el ensayo en sí misma; Salimos al escenario y nos ponemos a improvisar, repetimos, acertamos, nos agotamos, esperamos, luchamos... y por eso somos tan desgraciados, porque todo es un "tal vez". No hay guiones, ni pautas, ni segundas oportunidades... Lo hecho hecho está.

Cambiar no es malo, ni mucho menos. Pasamos por tantos cambios en nuestra vida que a veces no nos damos cuenta. Hacen falta numerosos hilos para formar una gran tela, pero basta que uno de ellos se salga para que, como en el efecto dominó, la tela de deshilache por completo. Nada es indestructible. Es precisamente esa cualidad efímera de la vida la que nos hace valorar aún más nuestro saber andar por ella.

¿Y para qué aprendemos entonces? Cuántas veces he oído: "aprende de esto para no volver a caer en el error", "aprende de esto otro para saber actuar la próxima vez"... ¿Próxima vez? La próxima vez harás lo que buenamente puedas, y si en el pasado te equivocaste ahora no tiene por qué ser diferente. Así, cuando vuelvas a fallar, alguien te pondrá la mano en el hombro y te dirá "no te preocupes, de todo se aprende". Y tú, un poco más sabio esta vez, sonreirás sabiendo que lo único que se aprende es que el ser humano tropieza, y seguirá tropezando, pero la forma de caer es lo que distingue a unos de otros. De caer y de asumir esa caída. De asumir la caída y coger fuerzas para seguir. De coger fuerzas para seguir y levantarse con la cabeza alta y el corazón más rojo.

La escena que tú y yo vivimos hace ya un par de años me da qué pensar, siempre. Las dos corriendo tras el autobús, el último de la noche, el único que podía dejarnos en casa sanas y salvas. ¿Te acuerdas del 492, verdad? Se escapaba, no podíamos correr más por aquella calle que se veía infinita. La parada era aún invisible a nuestros ojos. Paré de correr. Tú venías más retrasada y paraste a mi lado. Imposible... Nos reíamos. A lo lejos el autobús efectuó su parada. Nosotras andábamos a paso normal. El autobús no arrancaba. Tú y yo nos mirábamos como diciendo "¿volvemos a correr?", comenzamos a acelerar el paso, el autobús seguía en la parada. Decisión tomada: "¡vamos, corre!". A la primera zancada que dimos el autobús arrancó y siguió su camino. Nosotras, a tan solo un paso de la parada lo vimos alejarse. Me senté en un escalón de un portal cercano, tú hiciste lo mismo. Yo miraba a nada, tú al suelo.

- Esto es lo que no podemos permitirnos - te dije. -
- Lo teníamos casi al lado - te quejaste tú.
- ¿Sabes qué pasa? - pregunté sin intención de obtener respuesta por tu parte - que si hemos empezado a hacer algo tenemos que concluirlo. ¿Para qué si no? Si hubiéramos seguido corriendo ahora mismo estaríamos camino de casa. ¿Por qué aceptamos una derrota anticipada? - tu gesto de afirmación dio sentido a mi teoría.

Siempre vamos intentando, esforzándonos en cosas que después tachamos de inútiles y abandonamos. ¿Es que estamos aquí para ser unos perdedores que desconocen la fortaleza y el valor? Tú me consideraste valiente desde el principio. La imagen y la idea que tienes de mí me dan buenas cartas en cada partida. No hay faroles de por medio. "Dicen que existimos porque alguien piensa en nosotros y no al revés" - dicen en la película "Princesas". Y yo puedo sortear estos obstáculos que se me presentan en el camino porque tu visión de mí refleja valentía, sinceridad, ganas de vivir. Yo me veo en tus ojos y me reconozco en tus palabras.

Siempre tuve ganas de vivir en esta vida. Creo que tal vez ha llegado el momento.