29 de mayo de 2011

INCOMPLETAMENTE COMPLETA

Todos estábamos en círculo. Las sillas eran blancas, de las que tienen el respaldo y el asiento blanditos. A veces se necesitan detalles así: cosas cómodas que resten incomodidad a determinandas situaciones. Y esta situación en concreto era tan incómoda que había incluso mantas bien dobladas y con olor a limpio junto a la puerta de entrada, por si alguien tenía frio o simplemente quería cubrir su vergüenza.

Era la segunda semana que venía a estas reuniones que ya se habían convertido en parte de mi agenda. Llegaba, cogía una manta, me sentaba en una silla de la parte izquierda de la sala y miraba al techo, o jugaba con los dedos de mis manos, me soltaba el pelo y volvía a peinarme... cualquier cosa que me distrajera, que me hiciera más corta la llegada de todo el grupo y el comienzo de la terapia.

- ¿De qué te curan allí? - me preguntó Ana después de la primera semana yendo al centro.
- No me curan de nada, me ayudan a ver cosas de las que nadie nos ha hablado nunca. - respondí yo con poca confianza.

Cuatro sillas a mi derecha se sentaba siempre un chico muy guapo. Era una belleza triste, era un guapo triste. Cuando una persona es excesivamente sensible puede llegar a sentir las cosas más placenteras con un dolor desgarrador. El placer y el dolor están a un centímetro de distancia; basta un empujón para cambiar uno por otro; y él decía que cuando esto pasaba no era muy agradable.

Me gustaba. Se llamaba Lucas y tenía una voz melódica y varonil. Siempre hablaba con metáforas. Todo su discurso era una alegoría donde plasmaba su mundo interior. Yo suponía que lo hacía así porque de haber descrito su realidad con palabras claras y directas, podría sufrir algún tipo de crisis de ansiedad o incluso un paro cardíaco. Dijo una vez que era tan sensible y empatizaba tanto con lo que le rodeaba, que un día se tiró por la ventana:

-¿Por qué decidiste hacer eso? - pregunté espontáneamente yo en mitad de su discurso.
- ¿Qué harías si el lugar al que quieres ir está a diez mil kilómetros de distancia? - preguntó con un gesto calmado.
- Supongo que cogería un avión, es el medio más rápido para llegar adonde quieras. - respondí sabiendo que había acertado en mi respuesta puesto que él estaba sonriendo.
- Pues precisamente eso mismo pensé yo. Lo que pasa es que yo no sabía adónde quería ir, sólo sabía que aquí no quería estar y debía irme ya, sin la insoportable espera de la puerta de embarque.

Ese día volví a mi casa muy triste. Este chico, que era tan interesante, había intentado suicidarse sin éxito (lógicamente), y ahora decía que no tenía ganas de morir ni de vivir, tan solo tenía ganas de ver pasar el tiempo. Qué pena.

Yo, comparada al resto, no era más que una persona  normal con problemas normales; pero si estaba acudiendo a estas reuniones sería por algo. Ese algo era aún desconocido para mí.

La jefa de grupo (no le gustaba que le llamáramos terapeuta) entró en la clase con una sonrisa de las que se contagian. Era una mujer alta, con el cabello recogido en un moño bajo, llevaba gafas cuadradas con los filitos rojos y tenía una dentadura envidiable. Antes de tomar asiento sacó de una bolsa que llevaba en la mano una naranja. La lanzó al aire e impactó contra el suelo. - ¡Cogedla! - gritó. Yo fui la más rápida, sobre todo teniendo en cuenta que el resto estaba un tanto adormilado.

- Bien Clara, cuéntanos. ¿Representa algo para ti esa naranja?, ¿te trae algún recuerdo o te provoca alguna sensación?

Había días en los que no estaba inspirada y mucho menos tenía ganas de ponerme a hablar de mis tonterías... Pero cuando te preguntaban se debía contestar así que miré la naranja y me acordé del zumo que me hacía mi madre todas las mañanas antes de ir a la facultad. También me hizo recordar la historia de la "media naranja", y así se lo dije al grupo.

- La historia de la media naranja me parece un tema interesante, Clara. ¿Te gustaría contárnosla a todos? -


- Bueno es que se dice que en la época en la que los dioses vivían con los hombres, los hombres se creían prácticamente iguales a los dioses ya que poseían dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse rodando. Los hombres podían ser de tres clases: uno, compuesto de hombre más hombre; otro, de mujer más mujer; y un tercero, de hombre más mujer... - la gente a mi alrededor callaba, creo que a algunos no les importaba en absoluto mi historia y Lucas era uno de ellos. Aún así continué: - Pues el caso es que los dioses les castigaron y lanzando un rayo los partieron a todos por la mitad. Ahora los hombres están condenados a buscar a su otra mitad para volver a estar completos, como siempre lo habían estado.


- Muchas gracias, Clara. ¿Qué piensas acerca de este relato?


- Yo creo que es estúpido. Cuando actualmente se habla de la media naranja se parte de la base de que somos seres incompletos, inacabados, personas que necesitamos unirnos a otro incompleto para así poder formar un todo. Yo no creo que seamos mitades; está claro que perfectos no somos, pero tampoco estamos inacabados. Cuando nos unimos a otra persona lo que se unen son dos partes enteras por así decirlo. Toda mi complejidad, con toda su complejidad. Si yo fuera media persona y encuentro a mi otra mitad ¿qué pasaría conmigo o con él?, ¿dejaríamos de ser dos personas para ser solo un nosotros?


- Bueno, muchas personas lo ven así, es por ello que buscan esa otra mitad, porque si no encajan no tiene sentido. Encuentras lo que te falta a ti en el otro y viceversa. Es una idea romántica a la que mucha gente hace alusión para expresar la felicidad de haber encontrado a una persona afín a ella. -


Me quedé un poco aturdida, sin defensa... Tal vez yo era demasiado racional para el amor, o quizás no me conformaba con pensar que la relación entre dos personas podía ir evolucionando a la perfección ella sola, sin ayuda y sin esfuerzo. Para mí la vida en pareja era como mantener viva una chimenea. Hay que estar atentos y saber echar leña de vez en cuando para que no se apague, pero no excedernos porque si no sofocamos el fuego en este caso por exceso. No podemos pretender que un fuego dure eternamente regenerándose y flameando a su antojo.


Lucas arrastró un poco su silla hacia atrás. Miró a todos buscando el permiso para hablar en nuestros ojos y dijo: - ¿Y por qué tienen que encajar?, ¿no sería mejor que fueran agarradas de la mano? Sentirse incompleto es sentir correctamente. Lo somos, ¿o es que alguien se siente completo? A mí me faltan muchas virtudes pero también muchos defectos. No es que estemos inacabados es que el ser humano es un todo que carece de muchas cosas. Yo diría que somos incompletamente completos. Y como siempre queremos lo que no tenemos, buscamos; buscamos incansablemente. Luchamos contra nuestra naturaleza para intentar buscar en otro lo que falta en nosotros, sin darnos cuenta de que las cosas que faltan no tienen porqué ser buenas. ¿Queremos encontrar una persona egoísta porque nosotros no lo somos? o quizás... ¿una persona poco profunda porque nosotros somos demasiado reflexivos? Es por esto que fracasamos una y otra vez en las relaciones de pareja: solo queremos que nos completen con las cosas buenas. No nos acordamos de que las malas vienen también en el lote.


Me quedé boquiabierta. Lucas había hablado tanto y tan rápido, apoyando mi discurso con argumentos válidos, con una subjetividad que te calaba por dentro. Le sonreí y me devolvió el gesto.


- Lucas, gracias pero se ha terminado el tiempo. Mañana nos vemos a la misma hora, chicos. Gracias a todos. - 


Al dia siguiente ni Lucas ni yo fuimos a la reunión. A mí me bastó su discurso para recuperar las fuerzas perdidas en los asuntos sentimentales que iba arrastrando, y a él, el haber expresado una idea con garra y decisión le hizo sentirse vivo, no querer seguir siendo un observador del paso del tiempo. 


Ahora que sabéis cómo nos conocimos y cuáles fueron nuestros comienzos como pareja, ¿creeis que ese algo que me empujaba a asistir a las reuniones seguía siendo algo desconocido para mí?

26 de mayo de 2011

LÁGRIMAS DE PASO

Ya no oía nada, sólo un pitido; un pitido intenso dentro de mi cabeza. Me levanté del suelo y miré la esquina del salón donde me había pasado las dos últimas horas llorando; compadeciéndome de mí mismo. 


Me dolía la cabeza, muchísimo. Los ojos parecían querer salirse de mi cara, estaban hinchados y rojos. Frotándomelos con fuerza, como si eso fuera a calmarlos, me dirigí al baño. Cogí un buen trozo de papel higiénico y me soné la nariz llevándome con él parte de la pena. 


Entré en la cocina y abrí la nevera: nada. La cerré de nuevo. Fui a la despensa y lo único que pude conseguir fue un paquete de picos, ya rancios. No comía desde... Miré el calendario, el de los diferentes tipos de margaritas que me había regalado el tipo de la floristería de abajo. Era el típico calendario de propaganda pero las fotos eran muy bonitas. Busqué lentamente pasando el dedo por encima de los días que se desvanecían en noviembre y mi estómago rugió al notar que más o menos lo último que me había llevado a la boca era un plato de pasta que había tomado hacía ya más de tres días.


Mientras masticaba, notaba que me dolía un poco la mandíbula, sería de no usarla... Seguía de pie, absorto en mis pensamientos, penosos pensamientos. No me sentía con fuerza de hablar ni de estar con nadie. Mi balance interno se había ido al traste. La cuenta de pérdidas superaba a la de ganancias. Concretamente había sufrido dos pérdidas; dos pérdidas que sabía que no podían siquiera asemejarse la una a la otra porque dolían de manera diferente. 


Mi madre había muerto hacía ya dos meses y no es que no lo pudiera superar, es que en el largo proceso de superarlo estaban presentes los bajones, los días negros, los llantos más desconsolados... Y después nuevamente se veía un rayito, chico, chico, de sol. Pero ahora esta recaída había sido nueva; nueva por las circunstancias que me rodeaban: "Creo que he dejado de quererte". Esas fueron las palabras de Ángela; las exactas y malditas palabras que nunca desearía haber tenido que oir.


- ¿Lo crees o estás segura? - había respondido yo.
- No quiero hacerte más daño... - ella miró al suelo como si quisiera ser tragada por él.
- Pues entonces contéstame a la pregunta y no utilices frases hechas y vacías de significado para mí - respondí con fuerza, como si así pudiera hacer que ella cambiara de opinión.
- No te quiero, y lo sé desde hace más de un mes, pero es ahora cuando me he dado cuenta y he tenido el coraje de decírtelo. - dijo ella sin vacilar.


No podía creerlo. Esta etapa de mi vida estaba siendo muy dura: el perder a mi madre no estaba siendo algo fácil de llevar y Ángela había estado apoyándome y cuidándome. ¿Por qué ahora?, ¿por qué cuando más necesitaba su comprensión, su cariño, su compañía, me tiraba a la cara una relación de cinco años? No podía odiarla, estaba demasiado cansado para eso.


Ya mis labios no servían para sonreir, ni para besarla; mi olfato no percibía el aroma de su perfume ni el del café por la mañana; los oídos no escuchaban música estimulante ni carcajadas sin sentido; mis manos no acariciaban su cuerpo ni rodeaban su cintura; mis ojos no la veían ni la buscaban, solo derramaban lágrimas, muchas lágrimas. 


Cuando miré por la ventana estaba atardeciendo. Cuando se ponía el sol siempre tenía grandes idea, ideas revolucionarias e inesperadas sobre todo. Pensé que la pirámide del dolor tenía muchos escalones: el primero eran esas pequeñas cosas que te dañan habitualmente: malas contestaciones, falta de educación, miradas de envidia, cotilleos banales... Después, podríamos subir a las difamaciones, los insultos más afilados, la falta de confianza en los ojos de un amigo, el sentirse utilizado... Luego, no sé: la traición, el engaño, la amoralidad, la maldad, la infidelidad... Y por último, estaba la pérdida de tu ser; porque no os engañéis: cuando algo que es parte de tu vida desaparece, esa parte de ti muere también. Así que con cada adiós morimos un poco. 


En ese último peldaño de la pirámide del sufrimiento había dos compartimentos claramente delimitados: uno era el fin de un amor. El final de mi historia de amor fue ir conduciendo y ver que el semáforo se ponía en ámbar y acelerar para pasarlo rápidamente; pero inevitablemente el siguiente semáforo se ponía en ámbar con precisión matemática y yo también lo pasaba sin mirar atrás; el último, ese ya se veía ámbar de lejos y sólo cabía la posibilidad de pararse, porque al llegar ya estaba en rojo: no había salida. Y cuando me paré ella bajó del coche y siguió su camino a pie. Al fin y al cabo... ¿algo es eterno en esta vida?


El otro compartimento de perder parte de ti mismo es la muerte de un ser querido. Ese adiós sí es dolor. Desgarra y aprieta a partes iguales, te destroza el alma y te enmaraña el sueño. Te quita las ganas de vivir, te nubla la vista, te quiebra los huesos... Escribí una nota hace unos días pensando en mi madre: "Tu despedida fue decir adiós con un hondo silencio". Porque la muerte es eso: un hondo silencio. Y en el silencio estamos perdidos.


Fue en ese punto exacto cuando me di cuenta de que este compartimento era la cúspide de la pirámide, superaba al abandono sentimental con creces. Qué estúpido soy... ¿Cómo puede compararse una muerte con un abandono? Con la muerte llega un enorme vacío y con el abandono llega una oportunidad de recuperar: tiempo, lugares, personas, hábitos... Puede llenarse más tarde o más temprano el vacío que sentimos, pero el otro jamás será rellenado por nada ni por nadie.


Estaba claro, mientras atardecía yo había llegado a una gran conclusión que sería mi bandera, mi propio descubrimiento. Comprendí que las lágrimas no podían hacer que alguien que había muerto volviera a la vida, y descubrí también que las lágrimas tampoco podían hacer que alguien que ya no te quería volviera a quererte...

20 de mayo de 2011

La envidia de los dioses

"Los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, 
porque cada instante nuestro podría ser el último, 
todo es más hermoso porque hay un final."


Le di al pause, anoté la frase en mi libreta y me quedé tumbada mirando al techo. Dejé la libreta sobre mi barriga y me acordé de cuando me enseñaban a respirar "con el diafragma" en las clases de música. Me enseñaban a respirar... Como lo siga pensando me agobio y empiezo a pensar que estoy respirando y no voy a poder respirar con normalidad. ¡Mierda! Tenía que pensar en otra cosa, otra cosa, otra cosa... Ya está: mi libreta. La recogí y la miré por fuera. Era bonita. Me la había regalado Teresa cuando me fui a vivir fuera con una recomendación/orden: ¡Escribe! 

Yo le dije: - No creo pero gracias, es preciosa.-

Cuando me doy cuenta de la cantidad de historias que tendría ya escritas... me arrepiento; no, no me arrepiento, me asombro. Uno no elige escribir: el escribir te elige a ti; de eso estoy cada vez más segura. - A mí no me gusta escribir Teresa, a mí me gusta pensar. Pienso mucho. - Teresa y yo teníamos grandes conversaciones, de esas que se tienen una tarde de invierno en cualquier bar o cafetería cuando intentas solucionar el mundo golpeándolo con ideas.

- ¿Te gusta pensar?, pues escribe lo que piensas. - siempre me decía.
- ¿Por qué no pienso en alto y alguien redacta mis neuras? -
- No creo que dejaras a nadie hacer eso porque le sacarías mil fallos, seguro. - Teresa removía el té que le acababan de traer. Yo pensaba que era cierto. Supongo que soy demasiado exigente.

El cuadernito no me había empujado a escribir mis cosas pero sí a anotar todas las frases, grandes frases que me impactaban o emocionaban de los libros que iba leyendo, de las películas que iba viendo... De todo lo que yo creyera digno de ser conservado. Así podría revivir esas frases siempre que quisiera; estaban en mi libreta y eran mías.

Releí: 

"Los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, 
porque cada instante nuestro podría ser el último, 
todo es más hermoso porque hay un final."


¿Existirían los dioses? Me refiero a los dioses de la mitología. Zeus, Apolo, Afrodita, Narciso... 
Me vino a la cabeza el relato de Narciso que leí en "Las metamorfosis de Ovidio". Tenía vagos recuerdos pero la esencia de la fábula la recordaba bastante bien. Cogí el ordenador que tenía en reposo en la mesa bajita junto a la tele y lo encendí. En ese momento saltó el DVD y se apagó (lo había tenido demasiado tiempo en pausa). El ordenador se encendía y el DVD se apagaba, muy corteses cediéndose el turno. Total, tecleé en Google "Narciso", y me salió mi querida Wikipedia. Sólo leí el principio para refrescarme la memoria: 

"Tanto doncellas como muchachos se enamoraban de Narciso a causa de su hermosura, mas él rechazaba sus insinuaciones. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta le había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Eco fue, por tanto, incapaz de hablarle a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco contenta respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven, ven», Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Para castigar a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso."
Puse en reposo otra vez el ordenador y lo dejé en el suelo. Retomé mi postura cómoda en el sofá y pensé en el hombre más guapo que mi mente pudiera imaginar... 


Algo me rozaba el cuello, me sobresalté y me incorporé. - Oye, que soy yo. ¿Cuánto tiempo llevas dormida? - miré a Diego que se había puesto de cuclillas para estar a mi altura. Sonreía arrugando los ojillos de un modo tierno y sexy a la vez. Yo acerqué mi mano a su barba de dos días y acariciándole le dije: - Pues no sé... desde que me puse a pensar en ti, supongo... 

18 de mayo de 2011

LAS MARIPOSAS MEJOR POR EL CIELO

Volvía a casa atravesando la Plaza de los pintores. Cuando soñaba con vivir allí nunca habría adivinado lo que el futuro le deparaba. ¿Cuántas veces había despertado con esas preciosas vistas? Vivirlo era un sueño, su sueño. Y al poder realizarlo morían muchos otros, pero le daba igual.

Pensó en la noche que acababa de pasar. El sol despuntaba ya por el edificio de la esquina, repleto de balcones con macetas de todos los colores; Amaba ese sol, reconfortaba aunque era incapaz de proporcionar calor suficiente.

Mario andaba rápido, había sido una noche demasiado... reflexiva. "Pensar cansa" - pensaba. Laura estaría ya levantada; con esa carilla de recién despierta que le recordaba las primeras veces que había compartido el desayuno con ella. Cuando pensó en el tiempo que había pasado desde que ella y él estaban compartiendo sus vidas, sin haberlo decidido siquiera, sonrió.

Desde la escalera olía a café, el mejor aroma del mundo para Mario. Abrió la puerta con dificultad y premura. El moño de Laura asomó por encima del hueco/ventana que habían hecho para separar la cocina del salón. Esto había sido idea del hermano de ella, decía que así se aprovechaba la luz y permitía una conversación entre uno que cocinaba y otro que estaba en el sofá. - Pues ya podrían estar los dos cocinando - había dicho Mario. Pero lo decía en broma porque a él le encantaba cocinar, y más para Laura que se comía todo lo que él hacía como si se tratara de un manjar: - ¡Es lo más bueno que he probado nunca! - exclamaba Laura con los ojos como platos. - Siempre dices eso - respondía Mario con una sonrisa; porque ella siempre encontraba todo como "lo más, lo mejor...", extremista como pocas, para comérsela.

- ¿Dónde has estado toda la noche?, ¿Ya te has cansado de mí, no? - Laura sonreía, con su preciosa cara de dormida, sí.
- Roberto ha estado difícil...
- Pues si le has ayudado al menos que te pague; pareces su consejero sentimental.
- Soy su amigo, es lo que toca también y me gusta que estemos de nuevo unidos.

Ella subió los pies a la silla de madera y cruzó los brazos alrededor de sus piernas, como abrazándolas. Yo miraba el anillo que llevaba en el dedo índice de la mano izquierda, el que yo le regalé hace tanto tiempo y que ella conservaba como si de una joya se tratase.

- Dice que siente mariposas en el estómago.
- ¿Quién? - preguntó Laura.
- Roberto. Dice que cree que está enamorado y siente como si tuviera mariposas revoloteando en el estómago.
- Qué gilipollez... Si yo sintiera eso sería porque tengo ganas de vomitar... Mariposas en el estómago, qué tópico más absurdo Mario...

Hasta siendo tan brusca me gustaba; sería porque conocía todas sus facetas y ella podía permitirse ser como quisiera.

- Bueno, es cómo percibe él el estar enamorado. No para de pensar en ella. Cuando la ve se pone nervioso... Lo típico que te pasa al principio, cuando todo es inseguridad y figuración.
- A mí no me ha pasado eso nunca. - dijo Laura entre atónita y enfadada.
- ¿Cómo?, ¿entonces tú me veías a mí y te daba igual o qué? - sonreí porque sabía que ahora vendría una de sus teorías; ¡y cuánto me gustaban!
- Yo el amor, porque no hablo de enamoramiento que no es más que una enfermedad que no te permite ver lo que realmente es el otro, lo veo más como una novela. - comenzaba su relato sin pensarlo demasiado, iría improvisando y seguramente le llevaría a donde quería llegar: la suerte de la gente que sabe expresar y transmitir sus ideas y pensamientos de forma adecuada era esa. - Una historia de amor está llena de signos de puntuación, figuras retóricas, dibujos, capítulos, epílogos, segundas partes, finales...

Yo no podía parar de mirarla y ella ni se daba cuenta de que me iba fijando en todos sus detalles: se había hecho un moño rápidamente y tenía algunos mechones que le caían sobre el cuello y sobre la frente dándole un toque descuidado que le favorecía muchísimo. Llevaba cuatro días de vacaciones y ya estaba morena. No necesitaba ni una gota de maquillaje, ni colorete, ni antiojeras para camuflar imperfecciones. Estaba guapísima y a mí me encantaba mirarla, escucharla, sentir que yo era importante para ella. La admiraba tanto que no podía hacer más que dar las gracias a la vida por habernos unido en el camino. Me alegraba saber apreciar esta suerte y pensar a menudo en ella para no caer en la espiral del desamor.

Laura dio un sorbo al café con leche que aún seguía caliente, hizo un chasquido con la lengua como señal inequívoca de que seguiría su discurso en segundos... Yo estaba observándola, todo el tiempo, siempre.

- No sé Mario. Cuando una historia de amor comienza es como un libro que te engancha. Estás fascinado por ese inicio y eres consciente de todo lo que queda por delante. Normalmente no pensamos que nos vaya a defraudar. Vamos leyendo cada párrafo, pasamos capítulos, a veces nos aburre, luego vuelve a interesarnos. Cuando lo dejamos de lado, abandonado en la mesita de noche porque tenemos demasiadas cosas que hacer, empieza a deteriorarse esa relación lector/libro. Si queremos retomarlo debemos ir algunas páginas atrás para refrescarnos la memoria y saber porqué lo estábamos leyendo y qué nos estaba contando. Puedes dejarlo a la mitad o seguir adelante. Roberto es de los que siempre da preferencia a nuevas actividades y abandona la lectura, lo sabemos los dos. ¿Sabes por qué?

- Porque es un inconstante y cualquier cosa que lo ate lo aleja. - afirmé yo, que había aprendido a seguir los discursos de Laura a la perfección.

- Exacto. Si él siguiera leyendo vería que cada capítulo es nuevo. Que un punto puede ser un punto y seguido. Que las comas dan aire a cada frase, no son simples añadiduras.

Laura se levantó y se sirvió otra taza de café; esta vez sin leche. Su espalda tenía una marca que le habrían dejado las sábanas, como si fuera una cicatriz de haber dormido más de la cuenta. Yo tenía ganas de abrazarla pero preferí esperar el desenlace de su discurso.

- Yo creo que Roberto tiene miedo de ver que está llegando al final del libro y por eso los deja antes de darse la oportunidad de descubrir un gran final. Cada capítulo que pasa le recuerda que el final está cerca, que puede ser que no sea un final bonito, que puede ser un final horrible, un final que odiará.

- Bueno, pero entonces según tu teoría cualquier relación tiene un final, mejor o peor, pero termina. Porque aunque un libro tenga segunda o tercera parte no vamos a ponernos ahora a imaginar sagas imposibles...

- Claro que todas las historias de amor terminan Mario. Sólo que lo estás enfocando mal. ¿Quién ha dicho que la ruptura es el único posible punto final?

- Pues... es lo lógico, ¿no? Termina la relación. Punto final.

- Yo me atrevo a ir más allá... aunque puedo equivocarme. - a Laura se le iluminó la mirada. Noté que ella también quería abrazarme pero que se contenía para no dejar inacabada su teoría. - Sé, por ejemplo, que tú y yo tendremos un punto final, y que ese punto final sólo puede ser el adiós definitivo.

- ¿De qué hablas? - no me estaba gustando nada esa reflexión. O al menos eso creía.

- Mario, nuestra historia solo podrá cerrarse cuando muramos. La muerte será nuestro punto final.

En ese momento no sabía si sonreir, ella quería estar toda la vida conmigo, o si llorar, qué deprimente es el amor...

- Lo que pasa - añadí yo con los ojos vidriosos por la mezcla de sensaciones - es que tengo que morirme yo primero, ¿vale? No podría aguantar ese punto final yo solo; tú eres más fuerte y seguro que sabrías elaborar un precioso epílogo.

- Vale. - Y entonces fue cuando llegó por fin el abrazo.