12 de septiembre de 2015

Y ni siquiera me he enterado

Hoy ha sido el día. Me han bastado unos pocos minutos para ver un paisaje completamente despejado donde antes sólo había niebla espesa. No es que no haya una conexión especial, es que hay muchas otras cosas que pesan más y aplastan por completo los sentimientos más naturales que hay entre nosotros. Se dice que el momento lo es todo y yo no puedo estar más de acuerdo. 

Hay personas que entran en tu vida justo a tiempo y otras que llegan con una brújula completamente descoordinada; y aunque queramos y hagamos lo que podamos por llegar a un punto de encuentro, el fallo del tiempo ya ha dictado su veredicto. Justo a tiempo es el ideal que se nos ha negado y quizás así sea mejor. 

Tú estás en un período en el que no hay certezas ni oportunidades, en el que puedes pasar del uno al diez en cuestión de segundos y, aunque posiblemente todo sea más sencillo, no ves ni la luz ni el túnel. Es una pena.

Yo estoy en equilibrio y realmente bien, aunque el elemento desestabilizador que supones para mí es indudable. Lo que pasa es que desde hoy ya no eres más "eso" para mí, porque no me ha sabido a nada nuestro encuentro, porque no me has atravesado con tu mirada, porque no has jugado con mis manos. Y, si me paro a pensarlo, quizás no lo has hecho por ti sino porque te has encontrado con unos ojos que te devolvían una mirada serena y has notado unas manos llenas de caricias. Quizás te has sentido a metros de distancia a pesar de estar a un paso de mí y quizás todo esto lo he provocado yo. Y, mírame, ni siquiera me he enterado.

Kris Con K.

25 de enero de 2015

Esperando al viernes

"Durante cuarenta años me he aburrido. Durante cuarenta años miré la vida a la manera del pobrecillo que pega la nariz a los cristales del escaparate de una pastelería mientras mira cómo los otros se comen los pasteles. Ahora sé que los pasteles son para aquellas personas que se preocupan de cogerlos". Georges Simeon, El hombre que miraba pasar los trenes.
Expectativas. Siempre acaba volviendo ese momento en el que te encaras a lo que esperabas. A lo que suponías que tendría que llegar, a lo que imaginabas que debería llegar. Y luego, el golpe de efecto, la decepción, el punto de giro que no habías tenido en cuenta y la pregunta: "-Pero, ¿qué esperabas? -No sé, pensaba que habría algo más".

Mil veces: "la culpa es mía por esperar algo, no tenemos que esperar, tenemos que aceptar que venga lo que sea. Esperar hará que alguien o algo acabe decepcionándonos." No es que no esté de acuerdo: tú eres el conductor de cómo quieres estar. Nadie... Sólo tú decides cuánto pueden calar los comentarios y las miradas de los demás dentro de ti. La teoría, así vista, no tiene fisuras. Ahora pongámonos a la práctica. El ser humano, o al menos la poquita parte que conozco, está rodeado de teorías, proyectos, imposiciones, responsabilidades, comportamientos, deseos, objetivos... y sobre todo EXPECTATIVAS. Es inevitable no albergar ningún sentimiento en tu interior hacia lo que, aunque no queramos, nos afecta. Es como el efecto mariposa, ¿no? La elección de una sola persona va desencadenando una serie de efectos que no sabemos cuándo o cómo nos explotará en la cara antes o después. Ese pequeño aleteo de una mariposa, un aleteo tan dulce y liviano como implacable es lo que ocasiona. 

Es un tema trilladísimo, pero, ¿cómo no lo va a ser? El lunes es el día más odiado por la mayor parte de la población mundial. Pero luego llega el martes y falta menos. El miércoles es mitad de semana y el jueves ampliamos la sonrisa porque mañana es viernes. ¿No estáis cansados? 

Es así siempre: cuando tenga coche, cuando tenga novio, cuando acabe la carrera, cuando tenga trabajo, cuando me den ese ascenso, cuando vaya a casa por vacaciones, cuando tenga un niño... Y poco a poco, como dice la canción, "pasa la vida". Esperando cosas, esperando ser algo más, esperando encontrar... esperando ser felices (¡!).

Y realmente creo en esta filosofía. Dejemos de ser una extensión del calendario. Dejemos de estar amarrados al tic tac del reloj. La vida, o mejor dicho, el sistema que alguien no muy lúcido inventó y que seguimos heredando, trae normas, horarios y rutina. No digo que destruyamos eso (ojalá) sino que todas y cada una de las cosas que tenemos en el día a día, las personas con las que compartimos, las calles que recorremos y las muchas horas que estamos delante de un ordenador (por trabajo o por ocio) sean pequeñas gotas que no colmen nuestro vaso de tedio y desazón, sino que lo rebose de pasión, ganas y aprendizajes. 

Que las expectativas nos impulsen sin empujarnos, que nuestras caras no delaten que es lunes, que esperemos y nos decepcionemos tantas veces como queramos, pero, por favor, dejemos de una vez por todas de esperar al viernes.