16 de diciembre de 2011

EL MICRORRELATO

DEL AGUA Y SU SABOR

No había estallado aún la guerra cuando ya estaban siendo condecorados. Premios prematuros que sólo son posibles porque unos ya sienten la derrota, acechante e ineludible, que les saluda desde lo más profundo de la materia gris. Unos le devuelven el gesto, otros le dan la espalda y fingen no haberla avistado - evasión de principiantes-. Las medallas eran pesadas como lingotes de oro y olían a fatuidad. Bebían vino y despreciaban el sabor a tragos largos. Me quedé observando desde mi materia roja y pensé que, al fin y al cabo, tampoco bebemos el agua por su sabor. Una vez más, la carencia estaba presente y lo llenaba todo: el vino por su color, el agua por su sabor y la guerra… por el amor.
Kris con K

25 de noviembre de 2011

La capacidad variable de amar

    Antonio dice a Pedro: "el amor que siento por ella es el doble del que sientes tú", y Pedro contesta: "si tú me das un 25% de tu capacidad de amar sentiremos los dos la misma cantidad de amor". ¿Cuánta capacidad de amar tenía cada uno?

    Un chico de 14 años puede resolver este problema de dos ecuaciones con dos incógnitas sin dudar demasiado en su ejecución. Dicen que en los problemas de matemáticas encontramos a los únicos hombres que comprarían 200 melones o regalarían 50 gallinas a su vecino. Nos plantean problemas absurdos con un único fin: hallar la solución. El sentido del contenido no importa; ¿qué más da que el porcentaje "X" haga referencia a las acciones de una empresa o a la posibilidad de que alguien sea atropellado en un paso de cebra? Lo importante es encontrar la solución. Punto.

    Cuando pensamos que alguien "no da para más" le estamos disculpando ese "más". Sin embargo, la gente todoterreno no goza de este perdón. ¿Por qué? Porque ellos pueden con todo y dan siempre para más.

    El día en el que Pedro admitió no tener más que darle a Carla, asumió su incapacidad de amar. Quería quererla, estar con ella ofreciéndole lo mejor, su mejor. Pero Carla siempre daba más de sí y él no soportaba la decepción que él mismo se causaba al ver que los límites que ella no tenía, a él le asfixiaban e impedían el desarrollo de su dar. No se dio cuenta de que su "incapacidad" no era tal; Pero se había empeñado en establecer una igualación de capacidades desiguales.

    Así que dejó a Carla para dejar de sentirse culpable de no estar a la altura. Dicen que cuando nos rodeamos de personas mejores que nosotros en algún aspecto "x", una especie de cuerda invisible tira de nosotros haciendo que alcancemos una posición pareja con respecto al grupo. El estar a la altura no es más que una variable dentro de una comparación. Alguien no está a la altura porque otro alguien ha marcado previamente esa altura. El bolígrafo marcó en la pared de papel una línea que determinó las posibilidades del siguiente que se acercara a esa pared para tomar su altura. El próximo estará por debajo o por encima de esa marca, y en el más insólito de los casos, podrá coincidir, igualándola.

    Las comparaciones son odiosas. Si cada uno viviera aislado pudiendo desarrollar sus propias capacidades al margen de las capacidades ajenas, no cabría la posibilidad de sentirse por encima o por debajo de nadie. Parece ser que el hombre tiende indefectiblemente a mirar a su derecha y a su izquierda, y olvida que su mirada debería apuntar siempre hacia el frente. ¿Cómo vamos a hacer explotar nuestra gran bomba de la capacidad si en lugar de detonarla cruzamos los dedos para que la de los demás no explote?

    Tú eres tú, y yo soy yo. Basta de parangones y miedos. Conócete, aprende de tus errores, examina tus límites porque posiblemente estén en una posición mucho más elevada de lo que crees o te hacen creer. La capacidad de amar no es más que eso: una variable "x" abocada al éxito o al fracaso. Que tu capacidad no se hunda porque se encuentre en un mar de incapacidades atadas como piedras a tus pies. Si no llegas, no logras, no consigues... despeja la incógnita "x", deduce, reflexiona, exprímete los sesos... Pero nunca, pero NUNCA, dejes el problema sin resolver. La solución está delante de ti; no mires a tu alrededor, no busques excusas ni intentes convencerte. La falsa valentía no se la cree nadie.

    Antonio dice a Pedro: "el amor que siento por ella es el doble del que sientes tú", y Pedro contesta: "No existe proporción entre las variables. No hay problema que resolver".

2 de noviembre de 2011

El títere hilado


Y cuando miro hacia atrás mi memoria no me falla. Si la vida fuese una película, una de las típicas comedias románticas que se ven para pasar el rato, yo hubiera sido el típico chico que un día cualquiera, en un lugar impreciso y a una hora intempestiva se hubiera encontrado con una chica maravillosa. Aunque la idea de encontrar algo o alguien que pudiera devolverme confianza, fuerza, esperanza... al fin y al cabo, alguien que me hiciera sentirme vivo de nuevo, se me antojaba desestructurada y quebradiza. 


Mi vida se había quedado estancada como el agua en una pila con las tuberías obstruídas. A veces, me gustaría filtrar todas esas pequeñas cosas que hacen la vida más incómoda, más triste y rutinaria. Poder tener un pequeño colador que sólo dejara pasar lo bueno y que obstaculizase todo lo demás. Pero yo no tenía filtros; en el reparto me había tocado un embudo enorme a través del cual entraban toda clase de residuos e impurezas. Creo que la razón de merecer esta ausencia de protección frente a los males mundanos era la ausencia de miedo. No tenía miedo a la derrota ni tampoco a la pérdida. La mayoría de las personas actúan y deciden condicionadas por el miedo o por los intereses. Yo carecía de temor a la vida. La vida era sencillamente la única realidad incuestionable que me acompañaba siempre. Yo y la vida vagando sin pretensión alguna. 

Cuando estás dispuesto, porque es natural en tu conducta, a dejarte llevar, suelen rodearte las casualidades, las coincidencias, los imprevistos... te pasan cosas, y eso es fascinante. Te sientes como un gran imán capaz de atraer hacia tu campo magnético de todo: lo bueno, pero también malo. 

Hacía ya varios meses que sentía que mi polo positivo apuntaba en la dirección del mundo y sólo me aportaba por tanto las cosas negativas. Por más que me esforzaba en recolocarme de tal forma que el polo negativo fuera el protagonista, sólo conseguía cansarme y no aceptar que si aún no se podía era porque sencillamente no se podía. 

Ella estaba atareada en no hacer básicamente nada. Sentada en la parada del autobús estudiaba concienzudamente el circular de los coches. Era una tarde de otoño y lloviznaba. El viento, fuerte y desagradable, se adueñaba de un mechón de su pelo que escapaba del resto recogido en una cola de caballo. 

Las paradas de autobús son una representación fiel del concepto de no lugar. Estuve una vez charlando con un entendido en semiótica (teoría general y ciencia que estudia los signos, sus relaciones y su significado), y me amenizó una espera de dos horas debida al retraso de nuestro vuelo, hablándome precisamente de este término: el no lugar. El aeropuerto, donde íbamos a tener que esperar más de lo deseado y previsto, era un no lugar: sitio de paso, sin raíces; al que nadie va para quedarse. Aun gozando de la cualidad del desarraigo, son estos no lugares los más necesarios para alcanzar nuestros objetivos. Para llegar a la meta. Para volver a la casilla de inicio. Sin ellos no existirían los lugares comunes y privados que sentimos nuestros, como nuestra casa. 

Ella no miraba el reloj, ni toqueteaba su móvil, ni tampoco controlaba su entorno más próximo. Sólo miraba al frente con los ojos propios de una soñadora, adoptando una expresión algo melancólica.

Yo seguía apoyado en el maletero de mi coche, sin paraguas y sin fuerzas para dejar de mirarla. Sentí que aquella chica tenía algo que ver conmigo, que algo nos unía. ¿Me acerco y la invito a dejar de esperar el autobús, o me quedo quieto sin hacerle un guiño a la vida? Mi mente ya estaba frente a ella, pero mi cuerpo se había clavado al armazón del coche. De nuevo mi polo positivo colando lo indeseable por el embudo. Está bien, un par de pasos y le digo cualquier cosa para iniciar una conversación... O quizás no acepte entablar diálogo con un desconocido... perdiendo así toda posibilidad del mañana. 

Mis pensamientos fueron golpeados por la voz de un tipo que quería que quitara mi coche de segunda fila para sacar el suyo. Me monté rápidamente y decidido a probar suerte con la chica que seguía esperando. No tenía nada que perder porque no había ganado nada aún. Bajé, cerré la puerta y al levantar la vista ella no estaba. No había nadie en la parada. Noté que no me importaba tanto el hecho de su desaparición como la presunción de mi comportamiento. La soberbia de creerme con el control. De dejar pasar el momento como si fuese a tener más oportunidades o pudiese optar al comodín del regreso al pasado.

Escapa el tiempo y creemos poseerlo. Escapan los segundos, los minutos, las horas; y con ellos los días, las semanas y los meses. Volví a abrir el coche y cerré la puerta. Conduje cerca de 40 minutos sin rumbo fijo, y de esa forma, transitando por el no lugar que representa la carretera, pensé que sólo entonces compartía algo con la chica de los ojos soñadores: los dos estábamos de paso. 

Llegué a casa y encendí la luz. Me senté en el sofá y noté como se movía en mi interior, revolviéndome el estómago, el generador de energía que sacaba a relucir el lado negativo apuntándolo hacia el mundo exterior. Ahora podría atraer lo bueno, lo positivo, todo lo que había estado añorando durante tanto tiempo... 

Pero no... no es que pudiera, es que me hallaba en un momento en el que lo necesitaba. Necesitaba empezar a abrir los ojos y darme cuenta de que nuestro mundo es el más e indudable ejemplo de no lugar, en el que deambulamos creyéndonos eternos. Despertar a la nueva sensación de pisar el suelo de una existencia efímera e incontrolable. Una existencia que cuando me fuera arrebatada no se avergonzase de su dueño creyéndolo títere hilado, sino que estuviese orgullosa de haberse desarrollado en manos de alguien que sabía de su fragilidad y de su fugacidad. 

Y, como dije al principio, mirando hacia atrás y sin fallos de memoria, mi película va cumpliendo años y mi existencia me habla de valentía. De perseguir objetivos. De creer en uno mismo. De hacer lo que queramos hacer, y ser lo que queramos ser. De no esperar a nadie para pulsar PLAY. De sorprenderte de todo y de no aferrarte a nada. De valorar lo importante y dejar de lado lo superfluo. De emanar naturalidad y despojarse de artificios y banderas.

No hagas lo estipulado o lo políticamente correcto. Actúa desde la materia roja que riega tu pensamiento, y cuando veas a una gran masa de gente dirigiéndose hacia un lugar cualquiera: corre en dirección opuesta.

6 de septiembre de 2011

Pero NO...


   ¿Reconoces la sensación de saber que estás actuando torpemente, en contra de tus deseos, y aún así no puedes cambiarlo? Así es como comenzó a actuar; como si de una posesión se tratase; cambiando aspectos básicos de su personalidad y dando palos de ciego. Cuando se apuesta muy alto los riesgos son muy altos pero solemos olvidarnos de eso. Es más fácil continuar como si nada; engañándonos al pensar en la perennidad del vivir y del sentir.

   Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Él se levantaría y la tiraría con todas sus fuerzas: iluso. Conozco a un excelente neuropsicólogo que defiende la idea de que el cerebro es un hijo de puta y que no quiere que seamos felices. Estoy totalmente de acuerdo. Cuando nos encontramos en situaciones complicadas, duras de afrontar y arduas de superar, el cartelito fluorescente de EXIT sólo lo podemos colocar nosotros. Pero hay un problema: nuestro cerebro lo tiene escondido y no quiere sacarlo para que podamos quitarle el polvo y colgarlo justo en el punto de luz que está al final del pasillo.

   Él quiere cambiar las cosas, PERO (lo pongo en mayúsculas por la teoría del adversativo versus el copulativo), repito: PERO sigue haciendo lo mismo. Tienes la botella y el sacacorchos pero no quieres utilizarlo para abrirla; prefieres observarlos, así por separado y que vengan por detrás a echar una mano. Alguien cogerá el sacacorchos y comenzará a hacerlo girar ante tu atenta y pasiva mirada. Sonará el magnífico, a mi entender, sonido de descorchar la botella, y tú sentirás alivio; alivio y rabia porque podrías haberlo hecho tú. Pero no, PERO no.

   ¿No recuerdas la teoría del adversativo vs. el copulativo? Claro, no puedes recordarla porque no se la he contado a nadie. Eres una privilegiada: ahí tienes mi teoría. Ya sabes que me apasiona la lengua, y no estoy hablando del órgano muscular que tenemos en la boca, ya me entiendes... Cuando estudiábamos las conjunciones nos enseñaban la diferencia entre unas y otras, diferencias esenciales que en la práctica ni las pensamos, pero que en la teoría dan que pensar.

   Yo quisiera que en sus frases no hubiera adversatividad, sólo cópulas y más cópulas. "Todo está bien PERO...", ¿qué me estás contando?, si todo está bien déjate de adversatividades... Deseando estoy de escuchar un "todo está bien Y...", así, así: reuniendo conceptos, hermanando frases positivas, vinculando y haciendo crecer el torrente de vida que llena de significado a las oraciones copulativas.

   Creo que me he explicado medio bien... o quizás no, PERO me da igual. Qué incoherente soy, quiero cosas que yo no aplico posteriormente. Me gusta cómo llevas el pelo hoy. Estás muy guapa; bueno, eres guapa Y natural. Es difícil tener una belleza natural, porque es un tipo de belleza del que goza poca gente. Tú eres guapa natural, no cansas, ya me entiendes, mi teoría de la belleza sí la conoces. Me voy del tema...

   Todo este rollo te lo contaba porque sé que es probable que la cosa dé un vuelco y también es probable que por lo que se lucha acabe con mis fuerzas. Y tal vez, sólo tal vez, no sienta la menor pena, porque el objeto de la lucha ya no es el que era, ya no. Ahora es otra cosa diferente. Ha cambiado. Y entonces, ¿para qué seguir luchando?

5 de julio de 2011

En la vida hay que vivir.

Yo siempre me imaginaba cayendo. Por delante de mí una larga pasarela. Una luz tan potente que cegaba mis ojos. Sólo podía pensar en la caída. La imagen de andar por la vida en zapatillas se me antojaba fácil, ligera, relajante. Podía sortear obstáculos, dar grandes saltos, ponerme de cuclillas para tantear el terreno que se avecinaba. Pero yo nunca llevaba esas zapatillas facilitadoras.

La luz me deslumbraba tanto que el sentido del oído se agudizaba rápidamente y, por desgracia, sólo se oían mis pensamientos: "vas a caer, vas a caer, todos van a juzgarte, a reirse de ti". Pensarán: "ella sabía donde se metía al andar por esta pasarela, la pasarela de la vida se le ha quedado grande". Yo sola, frente a un severo público que me observaba sin pudor, de arriba a abajo, por delante y por detrás. Los tacones eran enormes, podrían caber dos pies como el mío; Eran como grandes zuecos de madera hechos para algún tipo de gigante. Mis pies se veían ridículos, insignificantes... Así en cierta manera es como veía la vida: una larga pasarela rodeada de personas en la que tienes que defenderte y caminar con unos zapatos que muy probablemente no están hechos a tu medida.

La idea de caer me asustaba y me atraía al mismo tiempo. Es como la llamada "atracción al vacío", esa sensación que te cala por dentro y no puedes evitar. Las ganas de caer, de chocarte contra algo, llegar a un lugar desde el cual ya no puedas bajar más. El ascensor de mi vida parecía no tener fin a la hora de bajar plantas. Bajaba, y siempre podia seguir bajando, más y más. Quería caer para eso, para bajar del todo, al fin y al cabo de ahí ya no podía pasar.

Tenía la carne de gallina, mi cerebro iba a mil por hora, las funciones de cada parte de mi cuerpo luchaban unas contra otras sin sentido, dando paso a una especie de temblor incoherente que era la suma de todas ellas y el resultado de ninguna. Recordé cuando era pequeña y estaba en el borde de la piscina. No tenía demasiado calor, así que no pensaba zambullirme hasta que pasara un buen rato; pero eso a los demás les importa más bien poco, y sin esperarlo siquiera noté un balanceo en mi cuerpo que me arrastraba directamente al agua. Cuando salí a la superficie y me vi dentro del agua pensé: "aún era demasiado pronto pero ya no hay remedio".

Curiosamente así me sentía en ese momento, alguien o algo sin tener en cuenta mis circunstancias, sin preguntarme, y por supuesto, sin dar la cara, había decidido pegarme un empujón, sacudirme para recordarme que estaba viva, que a veces no hay tiempo para decidir con calma, para sopesar las cosas... que a veces las cosas te pillan desprevenida y pasan a ser irreversibles. No hay vuelta atrás. Nunca volverá a ser como antes, se acabó. No tenemos un "deshacer" que nos devuelva la seguridad, que nos proporcione esa sensación de estar en casa, de despertar de una pesadilla horrible y darte cuenta de que todo ha sido un mal sueño.

La vida no tiene ensayos, la vida es el ensayo en sí misma; Salimos al escenario y nos ponemos a improvisar, repetimos, acertamos, nos agotamos, esperamos, luchamos... y por eso somos tan desgraciados, porque todo es un "tal vez". No hay guiones, ni pautas, ni segundas oportunidades... Lo hecho hecho está.

Cambiar no es malo, ni mucho menos. Pasamos por tantos cambios en nuestra vida que a veces no nos damos cuenta. Hacen falta numerosos hilos para formar una gran tela, pero basta que uno de ellos se salga para que, como en el efecto dominó, la tela de deshilache por completo. Nada es indestructible. Es precisamente esa cualidad efímera de la vida la que nos hace valorar aún más nuestro saber andar por ella.

¿Y para qué aprendemos entonces? Cuántas veces he oído: "aprende de esto para no volver a caer en el error", "aprende de esto otro para saber actuar la próxima vez"... ¿Próxima vez? La próxima vez harás lo que buenamente puedas, y si en el pasado te equivocaste ahora no tiene por qué ser diferente. Así, cuando vuelvas a fallar, alguien te pondrá la mano en el hombro y te dirá "no te preocupes, de todo se aprende". Y tú, un poco más sabio esta vez, sonreirás sabiendo que lo único que se aprende es que el ser humano tropieza, y seguirá tropezando, pero la forma de caer es lo que distingue a unos de otros. De caer y de asumir esa caída. De asumir la caída y coger fuerzas para seguir. De coger fuerzas para seguir y levantarse con la cabeza alta y el corazón más rojo.

La escena que tú y yo vivimos hace ya un par de años me da qué pensar, siempre. Las dos corriendo tras el autobús, el último de la noche, el único que podía dejarnos en casa sanas y salvas. ¿Te acuerdas del 492, verdad? Se escapaba, no podíamos correr más por aquella calle que se veía infinita. La parada era aún invisible a nuestros ojos. Paré de correr. Tú venías más retrasada y paraste a mi lado. Imposible... Nos reíamos. A lo lejos el autobús efectuó su parada. Nosotras andábamos a paso normal. El autobús no arrancaba. Tú y yo nos mirábamos como diciendo "¿volvemos a correr?", comenzamos a acelerar el paso, el autobús seguía en la parada. Decisión tomada: "¡vamos, corre!". A la primera zancada que dimos el autobús arrancó y siguió su camino. Nosotras, a tan solo un paso de la parada lo vimos alejarse. Me senté en un escalón de un portal cercano, tú hiciste lo mismo. Yo miraba a nada, tú al suelo.

- Esto es lo que no podemos permitirnos - te dije. -
- Lo teníamos casi al lado - te quejaste tú.
- ¿Sabes qué pasa? - pregunté sin intención de obtener respuesta por tu parte - que si hemos empezado a hacer algo tenemos que concluirlo. ¿Para qué si no? Si hubiéramos seguido corriendo ahora mismo estaríamos camino de casa. ¿Por qué aceptamos una derrota anticipada? - tu gesto de afirmación dio sentido a mi teoría.

Siempre vamos intentando, esforzándonos en cosas que después tachamos de inútiles y abandonamos. ¿Es que estamos aquí para ser unos perdedores que desconocen la fortaleza y el valor? Tú me consideraste valiente desde el principio. La imagen y la idea que tienes de mí me dan buenas cartas en cada partida. No hay faroles de por medio. "Dicen que existimos porque alguien piensa en nosotros y no al revés" - dicen en la película "Princesas". Y yo puedo sortear estos obstáculos que se me presentan en el camino porque tu visión de mí refleja valentía, sinceridad, ganas de vivir. Yo me veo en tus ojos y me reconozco en tus palabras.

Siempre tuve ganas de vivir en esta vida. Creo que tal vez ha llegado el momento.

12 de junio de 2011

Perder, consecuencia de jugar.

He vuelto a perder. Tú lo sabías desde que te conocí aquella noche de primavera. Yo iba por la carretera, y en un gran y luminoso cartel ponía: "Fin" a 35000 km. Lo malo es que sólo lo viste tú. Y es que las relaciones son un viaje hacia un destino incierto. Bien cercano o lejano. Sólo de ida, o de ida y vuelta. "Imposible es un principio si se ve el final", y tú no es que vieras el final, es que lo diseñaste a la perfección y te dirigiste ciegamente a él. 


Yo me levanto cada mañana con fuerzas; nunca me ha gustado la imagen de la existencia insignificante que va rodando por inercia. Tú en parte eres así. Tiendes a dejarte llevar; bueno, eso es lo que crees; pero no te preocupes porque ya estoy yo para decirte que no es verdad. Lo siento, tu idea del vivir no se aleja mucho de la premeditación y del cálculo. ¿Crees que elegimos ciencias o letras libremente? Nuestro cerebro eligió por nosotros mucho antes de lo que somos capaces de recordar. Tú siempre tan visceral, agarrado a valores científicos, lo que trascendía un poco más allá de lo humanamente comprensible lo guardabas en el apartado "locuras", cuando la vida en sí misma es eso: una locura.


He vuelto a perder. Quiero que sepas que no me doy pena. Ya he pasado por demasiadas cosas como para autocompadecerme. Yo no oculto mis cicatrices. Y no hablo de las marcas físicas sino de las que te arañan el alma. Sí, he dicho "alma", lo siento pero es la palabra que mejor refleja lo que quiero hacerte entender. Lo de "estar hechos el uno para el otro" es como creer que un hombre gordo con la nariz roja y barbas blancas reparte regalos a todos los que habitamos en este planeta por navidad. ¿Cómo voy a estar hecha yo para otra persona? Yo estoy hecha para mí misma, y en ocasiones ni eso. El hacerse no es algo repentino, estamos haciéndonos toda la vida. Llegamos a la muerte a media cocción y aún así pensamos que estamos de vuelta de todo.


He vuelto a perder. Exactamente han sido 5 años y medio de mi vida. ¿Tiempo perdido? No lo creo. Siento discrepar contigo. No tuve ocasión de expresarte mi repugnancia ante tu "hemos perdido un tiempo maravilloso". Primero, habla por ti. ¿Tú has perdido un tiempo maravilloso?, ¿y estos cinco años qué han sido entonces?, ¿qué piensas, hacer borrón y cuenta nueva chico de ciencias? Mira atrás, piensa lo que eras y en lo que te has convertido. ¿De verdad que yo no he aportado nada en tu camino? Cada kilómetro que hemos recorrido juntos, esos que según tú llevaban a un final que te avisó un cartel en el mismo momento en el que metíamos la primera marcha, te han traído hasta este preciso momento; te han modificado llegando a ser lo que ahora eres. Te guste más, te guste menos.


He vuelto a perder. Cuando te digo que me duele tu "pérdida de tiempo" intento librarme de la sensación de culpa. Culpable de ser el copiloto erróneo en un viaje que deberías haber hecho tú a tus anchas. Deberías haber subido al coche a todos los pasajeros que hubieras considerado oportuno. Sobre todo porque yo no merezco sentirme como me haces sentir. Sé que la responsabilidad es mía; podría sentir rabia o quizás odio, odio eterno hacia ti, por tus conclusiones, tus juicios y tus frases de consuelo: "Nunca he querido hacerte daño". Mire usted Sr. Delicado, el daño me lo hizo en el momento en el que le puso fecha de caducidad a nuestra historia. ¿No ves como no te dejas llevar por el río de la vida? Te gusté, me tomaste de la mano y miraste mi reverso comprobando que la fecha de caducidad estaba bien impresa. Qué cobardía por tu parte... Siempre he creído que el valor crece atreviéndose y la cobardía titubeando y... ¡cuántas veces has titubeado! 


He vuelto a perder. Lo reconozco, pero no sabes que la gran pérdida la llevas tú a tus espaldas, por no saber apreciar y recoger todo lo bueno que te ha dado este tiempo conmigo. Vas librándote de lo que para ti representa una carga pesada, y lo que no sabes es que al abandonarla, aunque te sientas liviano, estás prescindiendo de un universo lleno de armas con las que seguir luchando. Lo poquito que he podido aportar, lo poco que te haya hecho sentir, son cosas que jamás deberías dejar sin recoger en la mudanza del corazón. Yo, por mi parte, ya las metí en el camión hace unos días: me llevo todos los muebles, las fotos y los utensilios. Quizás compre algunos nuevos, pero estos viejos son parte de mí, me representan y sobre todo me hacen recordar. Recordar lo que tuve y ya no tengo; lo que di y lo que daré; no voy a mutilar esta parte que es tan mía. Mis cicatrices me hacen ser auténtica, me hacen ser libre.


Fíjate cuando digo que YO he vuelto a perder. Lo de "volver" es porque he perdido en bastantes ocasiones y seguiré perdiendo sin miedo, eso está claro. Lo de "perder" se refiere inevitablemente al alejar tu mundo del mío. Te he perdido sabiendo donde hallarte. Esto es aún más doloroso ya que preferiría haberte perdido distraídamente; como cuando pierdes una horquilla del pelo y nunca la vuelves a encontrar porque, está bien, tampoco te esfuerzas demasiado en buscarla. Yo no: yo te he perdido mientras te sujetaba fuerte contra mí. Y, ¿cómo se puede perder lo que tienes bien protegido? Supongo que se me debió traspapelar la combinación, o en el peor de los casos dejé nuestra puerta entreabierta sin percatarme.


Sé que no voy a mandarte esta carta. En primer lugar porque no es justo. No es justo exponerme de esta manera ante una persona que no sabrá apreciarlo y que juzgará un incremento de locura en mí. Pero permíteme, ya para concluir, decirte algo. Algo que a mí me aterraría escuchar de la boca de otra persona. Yo habré perdido, lo admito, pero tú nunca podrás ganar, mi vida... No lo digo con resentimiento o para reprocharte tu actitud y así sentirme falsamente mejor, es que sólo se puede ganar o perder cuando te estás jugando algo. Y tú, sinceramente, nunca te has jugado nada.

29 de mayo de 2011

INCOMPLETAMENTE COMPLETA

Todos estábamos en círculo. Las sillas eran blancas, de las que tienen el respaldo y el asiento blanditos. A veces se necesitan detalles así: cosas cómodas que resten incomodidad a determinandas situaciones. Y esta situación en concreto era tan incómoda que había incluso mantas bien dobladas y con olor a limpio junto a la puerta de entrada, por si alguien tenía frio o simplemente quería cubrir su vergüenza.

Era la segunda semana que venía a estas reuniones que ya se habían convertido en parte de mi agenda. Llegaba, cogía una manta, me sentaba en una silla de la parte izquierda de la sala y miraba al techo, o jugaba con los dedos de mis manos, me soltaba el pelo y volvía a peinarme... cualquier cosa que me distrajera, que me hiciera más corta la llegada de todo el grupo y el comienzo de la terapia.

- ¿De qué te curan allí? - me preguntó Ana después de la primera semana yendo al centro.
- No me curan de nada, me ayudan a ver cosas de las que nadie nos ha hablado nunca. - respondí yo con poca confianza.

Cuatro sillas a mi derecha se sentaba siempre un chico muy guapo. Era una belleza triste, era un guapo triste. Cuando una persona es excesivamente sensible puede llegar a sentir las cosas más placenteras con un dolor desgarrador. El placer y el dolor están a un centímetro de distancia; basta un empujón para cambiar uno por otro; y él decía que cuando esto pasaba no era muy agradable.

Me gustaba. Se llamaba Lucas y tenía una voz melódica y varonil. Siempre hablaba con metáforas. Todo su discurso era una alegoría donde plasmaba su mundo interior. Yo suponía que lo hacía así porque de haber descrito su realidad con palabras claras y directas, podría sufrir algún tipo de crisis de ansiedad o incluso un paro cardíaco. Dijo una vez que era tan sensible y empatizaba tanto con lo que le rodeaba, que un día se tiró por la ventana:

-¿Por qué decidiste hacer eso? - pregunté espontáneamente yo en mitad de su discurso.
- ¿Qué harías si el lugar al que quieres ir está a diez mil kilómetros de distancia? - preguntó con un gesto calmado.
- Supongo que cogería un avión, es el medio más rápido para llegar adonde quieras. - respondí sabiendo que había acertado en mi respuesta puesto que él estaba sonriendo.
- Pues precisamente eso mismo pensé yo. Lo que pasa es que yo no sabía adónde quería ir, sólo sabía que aquí no quería estar y debía irme ya, sin la insoportable espera de la puerta de embarque.

Ese día volví a mi casa muy triste. Este chico, que era tan interesante, había intentado suicidarse sin éxito (lógicamente), y ahora decía que no tenía ganas de morir ni de vivir, tan solo tenía ganas de ver pasar el tiempo. Qué pena.

Yo, comparada al resto, no era más que una persona  normal con problemas normales; pero si estaba acudiendo a estas reuniones sería por algo. Ese algo era aún desconocido para mí.

La jefa de grupo (no le gustaba que le llamáramos terapeuta) entró en la clase con una sonrisa de las que se contagian. Era una mujer alta, con el cabello recogido en un moño bajo, llevaba gafas cuadradas con los filitos rojos y tenía una dentadura envidiable. Antes de tomar asiento sacó de una bolsa que llevaba en la mano una naranja. La lanzó al aire e impactó contra el suelo. - ¡Cogedla! - gritó. Yo fui la más rápida, sobre todo teniendo en cuenta que el resto estaba un tanto adormilado.

- Bien Clara, cuéntanos. ¿Representa algo para ti esa naranja?, ¿te trae algún recuerdo o te provoca alguna sensación?

Había días en los que no estaba inspirada y mucho menos tenía ganas de ponerme a hablar de mis tonterías... Pero cuando te preguntaban se debía contestar así que miré la naranja y me acordé del zumo que me hacía mi madre todas las mañanas antes de ir a la facultad. También me hizo recordar la historia de la "media naranja", y así se lo dije al grupo.

- La historia de la media naranja me parece un tema interesante, Clara. ¿Te gustaría contárnosla a todos? -


- Bueno es que se dice que en la época en la que los dioses vivían con los hombres, los hombres se creían prácticamente iguales a los dioses ya que poseían dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse rodando. Los hombres podían ser de tres clases: uno, compuesto de hombre más hombre; otro, de mujer más mujer; y un tercero, de hombre más mujer... - la gente a mi alrededor callaba, creo que a algunos no les importaba en absoluto mi historia y Lucas era uno de ellos. Aún así continué: - Pues el caso es que los dioses les castigaron y lanzando un rayo los partieron a todos por la mitad. Ahora los hombres están condenados a buscar a su otra mitad para volver a estar completos, como siempre lo habían estado.


- Muchas gracias, Clara. ¿Qué piensas acerca de este relato?


- Yo creo que es estúpido. Cuando actualmente se habla de la media naranja se parte de la base de que somos seres incompletos, inacabados, personas que necesitamos unirnos a otro incompleto para así poder formar un todo. Yo no creo que seamos mitades; está claro que perfectos no somos, pero tampoco estamos inacabados. Cuando nos unimos a otra persona lo que se unen son dos partes enteras por así decirlo. Toda mi complejidad, con toda su complejidad. Si yo fuera media persona y encuentro a mi otra mitad ¿qué pasaría conmigo o con él?, ¿dejaríamos de ser dos personas para ser solo un nosotros?


- Bueno, muchas personas lo ven así, es por ello que buscan esa otra mitad, porque si no encajan no tiene sentido. Encuentras lo que te falta a ti en el otro y viceversa. Es una idea romántica a la que mucha gente hace alusión para expresar la felicidad de haber encontrado a una persona afín a ella. -


Me quedé un poco aturdida, sin defensa... Tal vez yo era demasiado racional para el amor, o quizás no me conformaba con pensar que la relación entre dos personas podía ir evolucionando a la perfección ella sola, sin ayuda y sin esfuerzo. Para mí la vida en pareja era como mantener viva una chimenea. Hay que estar atentos y saber echar leña de vez en cuando para que no se apague, pero no excedernos porque si no sofocamos el fuego en este caso por exceso. No podemos pretender que un fuego dure eternamente regenerándose y flameando a su antojo.


Lucas arrastró un poco su silla hacia atrás. Miró a todos buscando el permiso para hablar en nuestros ojos y dijo: - ¿Y por qué tienen que encajar?, ¿no sería mejor que fueran agarradas de la mano? Sentirse incompleto es sentir correctamente. Lo somos, ¿o es que alguien se siente completo? A mí me faltan muchas virtudes pero también muchos defectos. No es que estemos inacabados es que el ser humano es un todo que carece de muchas cosas. Yo diría que somos incompletamente completos. Y como siempre queremos lo que no tenemos, buscamos; buscamos incansablemente. Luchamos contra nuestra naturaleza para intentar buscar en otro lo que falta en nosotros, sin darnos cuenta de que las cosas que faltan no tienen porqué ser buenas. ¿Queremos encontrar una persona egoísta porque nosotros no lo somos? o quizás... ¿una persona poco profunda porque nosotros somos demasiado reflexivos? Es por esto que fracasamos una y otra vez en las relaciones de pareja: solo queremos que nos completen con las cosas buenas. No nos acordamos de que las malas vienen también en el lote.


Me quedé boquiabierta. Lucas había hablado tanto y tan rápido, apoyando mi discurso con argumentos válidos, con una subjetividad que te calaba por dentro. Le sonreí y me devolvió el gesto.


- Lucas, gracias pero se ha terminado el tiempo. Mañana nos vemos a la misma hora, chicos. Gracias a todos. - 


Al dia siguiente ni Lucas ni yo fuimos a la reunión. A mí me bastó su discurso para recuperar las fuerzas perdidas en los asuntos sentimentales que iba arrastrando, y a él, el haber expresado una idea con garra y decisión le hizo sentirse vivo, no querer seguir siendo un observador del paso del tiempo. 


Ahora que sabéis cómo nos conocimos y cuáles fueron nuestros comienzos como pareja, ¿creeis que ese algo que me empujaba a asistir a las reuniones seguía siendo algo desconocido para mí?

26 de mayo de 2011

LÁGRIMAS DE PASO

Ya no oía nada, sólo un pitido; un pitido intenso dentro de mi cabeza. Me levanté del suelo y miré la esquina del salón donde me había pasado las dos últimas horas llorando; compadeciéndome de mí mismo. 


Me dolía la cabeza, muchísimo. Los ojos parecían querer salirse de mi cara, estaban hinchados y rojos. Frotándomelos con fuerza, como si eso fuera a calmarlos, me dirigí al baño. Cogí un buen trozo de papel higiénico y me soné la nariz llevándome con él parte de la pena. 


Entré en la cocina y abrí la nevera: nada. La cerré de nuevo. Fui a la despensa y lo único que pude conseguir fue un paquete de picos, ya rancios. No comía desde... Miré el calendario, el de los diferentes tipos de margaritas que me había regalado el tipo de la floristería de abajo. Era el típico calendario de propaganda pero las fotos eran muy bonitas. Busqué lentamente pasando el dedo por encima de los días que se desvanecían en noviembre y mi estómago rugió al notar que más o menos lo último que me había llevado a la boca era un plato de pasta que había tomado hacía ya más de tres días.


Mientras masticaba, notaba que me dolía un poco la mandíbula, sería de no usarla... Seguía de pie, absorto en mis pensamientos, penosos pensamientos. No me sentía con fuerza de hablar ni de estar con nadie. Mi balance interno se había ido al traste. La cuenta de pérdidas superaba a la de ganancias. Concretamente había sufrido dos pérdidas; dos pérdidas que sabía que no podían siquiera asemejarse la una a la otra porque dolían de manera diferente. 


Mi madre había muerto hacía ya dos meses y no es que no lo pudiera superar, es que en el largo proceso de superarlo estaban presentes los bajones, los días negros, los llantos más desconsolados... Y después nuevamente se veía un rayito, chico, chico, de sol. Pero ahora esta recaída había sido nueva; nueva por las circunstancias que me rodeaban: "Creo que he dejado de quererte". Esas fueron las palabras de Ángela; las exactas y malditas palabras que nunca desearía haber tenido que oir.


- ¿Lo crees o estás segura? - había respondido yo.
- No quiero hacerte más daño... - ella miró al suelo como si quisiera ser tragada por él.
- Pues entonces contéstame a la pregunta y no utilices frases hechas y vacías de significado para mí - respondí con fuerza, como si así pudiera hacer que ella cambiara de opinión.
- No te quiero, y lo sé desde hace más de un mes, pero es ahora cuando me he dado cuenta y he tenido el coraje de decírtelo. - dijo ella sin vacilar.


No podía creerlo. Esta etapa de mi vida estaba siendo muy dura: el perder a mi madre no estaba siendo algo fácil de llevar y Ángela había estado apoyándome y cuidándome. ¿Por qué ahora?, ¿por qué cuando más necesitaba su comprensión, su cariño, su compañía, me tiraba a la cara una relación de cinco años? No podía odiarla, estaba demasiado cansado para eso.


Ya mis labios no servían para sonreir, ni para besarla; mi olfato no percibía el aroma de su perfume ni el del café por la mañana; los oídos no escuchaban música estimulante ni carcajadas sin sentido; mis manos no acariciaban su cuerpo ni rodeaban su cintura; mis ojos no la veían ni la buscaban, solo derramaban lágrimas, muchas lágrimas. 


Cuando miré por la ventana estaba atardeciendo. Cuando se ponía el sol siempre tenía grandes idea, ideas revolucionarias e inesperadas sobre todo. Pensé que la pirámide del dolor tenía muchos escalones: el primero eran esas pequeñas cosas que te dañan habitualmente: malas contestaciones, falta de educación, miradas de envidia, cotilleos banales... Después, podríamos subir a las difamaciones, los insultos más afilados, la falta de confianza en los ojos de un amigo, el sentirse utilizado... Luego, no sé: la traición, el engaño, la amoralidad, la maldad, la infidelidad... Y por último, estaba la pérdida de tu ser; porque no os engañéis: cuando algo que es parte de tu vida desaparece, esa parte de ti muere también. Así que con cada adiós morimos un poco. 


En ese último peldaño de la pirámide del sufrimiento había dos compartimentos claramente delimitados: uno era el fin de un amor. El final de mi historia de amor fue ir conduciendo y ver que el semáforo se ponía en ámbar y acelerar para pasarlo rápidamente; pero inevitablemente el siguiente semáforo se ponía en ámbar con precisión matemática y yo también lo pasaba sin mirar atrás; el último, ese ya se veía ámbar de lejos y sólo cabía la posibilidad de pararse, porque al llegar ya estaba en rojo: no había salida. Y cuando me paré ella bajó del coche y siguió su camino a pie. Al fin y al cabo... ¿algo es eterno en esta vida?


El otro compartimento de perder parte de ti mismo es la muerte de un ser querido. Ese adiós sí es dolor. Desgarra y aprieta a partes iguales, te destroza el alma y te enmaraña el sueño. Te quita las ganas de vivir, te nubla la vista, te quiebra los huesos... Escribí una nota hace unos días pensando en mi madre: "Tu despedida fue decir adiós con un hondo silencio". Porque la muerte es eso: un hondo silencio. Y en el silencio estamos perdidos.


Fue en ese punto exacto cuando me di cuenta de que este compartimento era la cúspide de la pirámide, superaba al abandono sentimental con creces. Qué estúpido soy... ¿Cómo puede compararse una muerte con un abandono? Con la muerte llega un enorme vacío y con el abandono llega una oportunidad de recuperar: tiempo, lugares, personas, hábitos... Puede llenarse más tarde o más temprano el vacío que sentimos, pero el otro jamás será rellenado por nada ni por nadie.


Estaba claro, mientras atardecía yo había llegado a una gran conclusión que sería mi bandera, mi propio descubrimiento. Comprendí que las lágrimas no podían hacer que alguien que había muerto volviera a la vida, y descubrí también que las lágrimas tampoco podían hacer que alguien que ya no te quería volviera a quererte...

20 de mayo de 2011

La envidia de los dioses

"Los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, 
porque cada instante nuestro podría ser el último, 
todo es más hermoso porque hay un final."


Le di al pause, anoté la frase en mi libreta y me quedé tumbada mirando al techo. Dejé la libreta sobre mi barriga y me acordé de cuando me enseñaban a respirar "con el diafragma" en las clases de música. Me enseñaban a respirar... Como lo siga pensando me agobio y empiezo a pensar que estoy respirando y no voy a poder respirar con normalidad. ¡Mierda! Tenía que pensar en otra cosa, otra cosa, otra cosa... Ya está: mi libreta. La recogí y la miré por fuera. Era bonita. Me la había regalado Teresa cuando me fui a vivir fuera con una recomendación/orden: ¡Escribe! 

Yo le dije: - No creo pero gracias, es preciosa.-

Cuando me doy cuenta de la cantidad de historias que tendría ya escritas... me arrepiento; no, no me arrepiento, me asombro. Uno no elige escribir: el escribir te elige a ti; de eso estoy cada vez más segura. - A mí no me gusta escribir Teresa, a mí me gusta pensar. Pienso mucho. - Teresa y yo teníamos grandes conversaciones, de esas que se tienen una tarde de invierno en cualquier bar o cafetería cuando intentas solucionar el mundo golpeándolo con ideas.

- ¿Te gusta pensar?, pues escribe lo que piensas. - siempre me decía.
- ¿Por qué no pienso en alto y alguien redacta mis neuras? -
- No creo que dejaras a nadie hacer eso porque le sacarías mil fallos, seguro. - Teresa removía el té que le acababan de traer. Yo pensaba que era cierto. Supongo que soy demasiado exigente.

El cuadernito no me había empujado a escribir mis cosas pero sí a anotar todas las frases, grandes frases que me impactaban o emocionaban de los libros que iba leyendo, de las películas que iba viendo... De todo lo que yo creyera digno de ser conservado. Así podría revivir esas frases siempre que quisiera; estaban en mi libreta y eran mías.

Releí: 

"Los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, 
porque cada instante nuestro podría ser el último, 
todo es más hermoso porque hay un final."


¿Existirían los dioses? Me refiero a los dioses de la mitología. Zeus, Apolo, Afrodita, Narciso... 
Me vino a la cabeza el relato de Narciso que leí en "Las metamorfosis de Ovidio". Tenía vagos recuerdos pero la esencia de la fábula la recordaba bastante bien. Cogí el ordenador que tenía en reposo en la mesa bajita junto a la tele y lo encendí. En ese momento saltó el DVD y se apagó (lo había tenido demasiado tiempo en pausa). El ordenador se encendía y el DVD se apagaba, muy corteses cediéndose el turno. Total, tecleé en Google "Narciso", y me salió mi querida Wikipedia. Sólo leí el principio para refrescarme la memoria: 

"Tanto doncellas como muchachos se enamoraban de Narciso a causa de su hermosura, mas él rechazaba sus insinuaciones. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta le había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Eco fue, por tanto, incapaz de hablarle a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco contenta respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven, ven», Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Para castigar a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso."
Puse en reposo otra vez el ordenador y lo dejé en el suelo. Retomé mi postura cómoda en el sofá y pensé en el hombre más guapo que mi mente pudiera imaginar... 


Algo me rozaba el cuello, me sobresalté y me incorporé. - Oye, que soy yo. ¿Cuánto tiempo llevas dormida? - miré a Diego que se había puesto de cuclillas para estar a mi altura. Sonreía arrugando los ojillos de un modo tierno y sexy a la vez. Yo acerqué mi mano a su barba de dos días y acariciándole le dije: - Pues no sé... desde que me puse a pensar en ti, supongo... 

18 de mayo de 2011

LAS MARIPOSAS MEJOR POR EL CIELO

Volvía a casa atravesando la Plaza de los pintores. Cuando soñaba con vivir allí nunca habría adivinado lo que el futuro le deparaba. ¿Cuántas veces había despertado con esas preciosas vistas? Vivirlo era un sueño, su sueño. Y al poder realizarlo morían muchos otros, pero le daba igual.

Pensó en la noche que acababa de pasar. El sol despuntaba ya por el edificio de la esquina, repleto de balcones con macetas de todos los colores; Amaba ese sol, reconfortaba aunque era incapaz de proporcionar calor suficiente.

Mario andaba rápido, había sido una noche demasiado... reflexiva. "Pensar cansa" - pensaba. Laura estaría ya levantada; con esa carilla de recién despierta que le recordaba las primeras veces que había compartido el desayuno con ella. Cuando pensó en el tiempo que había pasado desde que ella y él estaban compartiendo sus vidas, sin haberlo decidido siquiera, sonrió.

Desde la escalera olía a café, el mejor aroma del mundo para Mario. Abrió la puerta con dificultad y premura. El moño de Laura asomó por encima del hueco/ventana que habían hecho para separar la cocina del salón. Esto había sido idea del hermano de ella, decía que así se aprovechaba la luz y permitía una conversación entre uno que cocinaba y otro que estaba en el sofá. - Pues ya podrían estar los dos cocinando - había dicho Mario. Pero lo decía en broma porque a él le encantaba cocinar, y más para Laura que se comía todo lo que él hacía como si se tratara de un manjar: - ¡Es lo más bueno que he probado nunca! - exclamaba Laura con los ojos como platos. - Siempre dices eso - respondía Mario con una sonrisa; porque ella siempre encontraba todo como "lo más, lo mejor...", extremista como pocas, para comérsela.

- ¿Dónde has estado toda la noche?, ¿Ya te has cansado de mí, no? - Laura sonreía, con su preciosa cara de dormida, sí.
- Roberto ha estado difícil...
- Pues si le has ayudado al menos que te pague; pareces su consejero sentimental.
- Soy su amigo, es lo que toca también y me gusta que estemos de nuevo unidos.

Ella subió los pies a la silla de madera y cruzó los brazos alrededor de sus piernas, como abrazándolas. Yo miraba el anillo que llevaba en el dedo índice de la mano izquierda, el que yo le regalé hace tanto tiempo y que ella conservaba como si de una joya se tratase.

- Dice que siente mariposas en el estómago.
- ¿Quién? - preguntó Laura.
- Roberto. Dice que cree que está enamorado y siente como si tuviera mariposas revoloteando en el estómago.
- Qué gilipollez... Si yo sintiera eso sería porque tengo ganas de vomitar... Mariposas en el estómago, qué tópico más absurdo Mario...

Hasta siendo tan brusca me gustaba; sería porque conocía todas sus facetas y ella podía permitirse ser como quisiera.

- Bueno, es cómo percibe él el estar enamorado. No para de pensar en ella. Cuando la ve se pone nervioso... Lo típico que te pasa al principio, cuando todo es inseguridad y figuración.
- A mí no me ha pasado eso nunca. - dijo Laura entre atónita y enfadada.
- ¿Cómo?, ¿entonces tú me veías a mí y te daba igual o qué? - sonreí porque sabía que ahora vendría una de sus teorías; ¡y cuánto me gustaban!
- Yo el amor, porque no hablo de enamoramiento que no es más que una enfermedad que no te permite ver lo que realmente es el otro, lo veo más como una novela. - comenzaba su relato sin pensarlo demasiado, iría improvisando y seguramente le llevaría a donde quería llegar: la suerte de la gente que sabe expresar y transmitir sus ideas y pensamientos de forma adecuada era esa. - Una historia de amor está llena de signos de puntuación, figuras retóricas, dibujos, capítulos, epílogos, segundas partes, finales...

Yo no podía parar de mirarla y ella ni se daba cuenta de que me iba fijando en todos sus detalles: se había hecho un moño rápidamente y tenía algunos mechones que le caían sobre el cuello y sobre la frente dándole un toque descuidado que le favorecía muchísimo. Llevaba cuatro días de vacaciones y ya estaba morena. No necesitaba ni una gota de maquillaje, ni colorete, ni antiojeras para camuflar imperfecciones. Estaba guapísima y a mí me encantaba mirarla, escucharla, sentir que yo era importante para ella. La admiraba tanto que no podía hacer más que dar las gracias a la vida por habernos unido en el camino. Me alegraba saber apreciar esta suerte y pensar a menudo en ella para no caer en la espiral del desamor.

Laura dio un sorbo al café con leche que aún seguía caliente, hizo un chasquido con la lengua como señal inequívoca de que seguiría su discurso en segundos... Yo estaba observándola, todo el tiempo, siempre.

- No sé Mario. Cuando una historia de amor comienza es como un libro que te engancha. Estás fascinado por ese inicio y eres consciente de todo lo que queda por delante. Normalmente no pensamos que nos vaya a defraudar. Vamos leyendo cada párrafo, pasamos capítulos, a veces nos aburre, luego vuelve a interesarnos. Cuando lo dejamos de lado, abandonado en la mesita de noche porque tenemos demasiadas cosas que hacer, empieza a deteriorarse esa relación lector/libro. Si queremos retomarlo debemos ir algunas páginas atrás para refrescarnos la memoria y saber porqué lo estábamos leyendo y qué nos estaba contando. Puedes dejarlo a la mitad o seguir adelante. Roberto es de los que siempre da preferencia a nuevas actividades y abandona la lectura, lo sabemos los dos. ¿Sabes por qué?

- Porque es un inconstante y cualquier cosa que lo ate lo aleja. - afirmé yo, que había aprendido a seguir los discursos de Laura a la perfección.

- Exacto. Si él siguiera leyendo vería que cada capítulo es nuevo. Que un punto puede ser un punto y seguido. Que las comas dan aire a cada frase, no son simples añadiduras.

Laura se levantó y se sirvió otra taza de café; esta vez sin leche. Su espalda tenía una marca que le habrían dejado las sábanas, como si fuera una cicatriz de haber dormido más de la cuenta. Yo tenía ganas de abrazarla pero preferí esperar el desenlace de su discurso.

- Yo creo que Roberto tiene miedo de ver que está llegando al final del libro y por eso los deja antes de darse la oportunidad de descubrir un gran final. Cada capítulo que pasa le recuerda que el final está cerca, que puede ser que no sea un final bonito, que puede ser un final horrible, un final que odiará.

- Bueno, pero entonces según tu teoría cualquier relación tiene un final, mejor o peor, pero termina. Porque aunque un libro tenga segunda o tercera parte no vamos a ponernos ahora a imaginar sagas imposibles...

- Claro que todas las historias de amor terminan Mario. Sólo que lo estás enfocando mal. ¿Quién ha dicho que la ruptura es el único posible punto final?

- Pues... es lo lógico, ¿no? Termina la relación. Punto final.

- Yo me atrevo a ir más allá... aunque puedo equivocarme. - a Laura se le iluminó la mirada. Noté que ella también quería abrazarme pero que se contenía para no dejar inacabada su teoría. - Sé, por ejemplo, que tú y yo tendremos un punto final, y que ese punto final sólo puede ser el adiós definitivo.

- ¿De qué hablas? - no me estaba gustando nada esa reflexión. O al menos eso creía.

- Mario, nuestra historia solo podrá cerrarse cuando muramos. La muerte será nuestro punto final.

En ese momento no sabía si sonreir, ella quería estar toda la vida conmigo, o si llorar, qué deprimente es el amor...

- Lo que pasa - añadí yo con los ojos vidriosos por la mezcla de sensaciones - es que tengo que morirme yo primero, ¿vale? No podría aguantar ese punto final yo solo; tú eres más fuerte y seguro que sabrías elaborar un precioso epílogo.

- Vale. - Y entonces fue cuando llegó por fin el abrazo.