Noté como me miraban todos y no me importó. Sabía lo que andaba
buscando y de allí no pensaba moverme. Me recordó al primer día de
clase en el instituto nuevo. Las personas buscan su sitio
en lugares donde a veces no hay sitio para ellos. Aún así, si no
encuentras tu sitio, estás fuera: fuera del grupo, fuera de la diversión, fuera de juego.
A mí el sitio nunca me había importado demasiado, me bastaba
con encontrar el tiempo. Aquello tenía que hacerlo rápido y no había
parámetros espaciales sino temporales. Mi tiempo era lo más importante y
tenía que cruzar como fuera. Daba igual si otros lo habían intentado
antes que yo y habían fracasado. Los otros también habían encontrado su
sitio y yo no, ¿verdad? Además que las comparaciones son odiosas, como
decía mi profesora de filosofía.
Lo sentía solo por las personas que me miraban, qué
aburrimiento. Bueno, no lo sentía, me daban igual. Era como tener una
mampara enorme que me separaba del mundo exterior (que por cierto no me
gustaba un pelo). A mi izquierda había una niña rubita de unos 3 años
que agarraba la mano a un hombre alto, de pelo cano y miraba penetrante.
Parecía como si me estuviera atravesando y viera todo lo que pensaba de
él, de ellos, del mundo.
Si cruzo todos dirán que he hecho trampas. No se valoraría mi
valor pero yo no lo hacía para convertirme en ninguna leyenda sino para
alejarme definitivamente de allí. Miré al frente y me precipité al
vacío. Nunca habría pensado que la sensación de caer fuera tan
liberadora y reconfortante. Caer sin más, sin redes, sin paracaídas, sin
ganas de vivir. Caer… y ya.
Kris con K.