1 de abril de 2012

Condicionales Imposibles

 Pongamos que ocurrió ayer. Nadie se dio cuenta de la magnitud de los hechos mientras se celebraba la boda. Pongamos que se fue sin que nadie lo notara. Se fue para no volver. Pongamos que sabía que hacía algo prohibido. Lo prohibido tiene a veces una connotación positiva que nos encamina precisamente a caer en sus garras. Pongamos que no sabía a qué persona recurrir. Las personas, leyendo un guión frío y hermético que no daba cabida a la improvisación. Y pongamos que, a pesar de todo, fue feliz.

  La decisión estaba tomada. El tener que vivir una vida que, aun habiéndola elegido él mismo, ya no le llenaba, no estaba en sus planes. Todo tenía que prepararlo minuciosamente. Si algo escapaba a su control o llegaba a oídos de sus superiores podía acabar peor que antes. Pensó a cámara lenta, por planos, fotograma a fotograma. Tendría que irse por la noche, él sabía que nadie notaría su ausencia; al fin y al cabo pasaba muchas noches vagando por las calles, meditando. 

  Conocía a su amigo desde hacía una vida, escuchaba sus problemas, sabía de sus inseguridades, de sus miedos e incluso de sus pecados. Todo estaba claro, sólo tenía que seguir al pie de la letra su plan y, como muy tarde, esa misma noche estaría cogiendo un avión a cualquier paraíso recóndito y apacible donde disfrutar de una vez por todas de su condición de hombre. 

  Los primeros signos de la atracción que sentía por la mujer de su amigo se hicieron patentes una tarde en la que ella estaba sentada en un banco del Parque Alto leyendo una novela que él mismo le había recomendado a la pareja cuando le habían comentado que estaban pensando en casarse. Se sentó con ella y comenzaron a hablar. Ella siempre había sentido algo por él pero era un sentimiento tan sumamente escondido como lo estaba el cuerpo de él bajo la sotana. Sentimientos que no enraizaban porque no se preocupaba de abonarlos. Hubiera sido un sin sentido. 

  Todo cambió para ella cuando notó la predisposición que tenía él a verla en cualquier momento, a estar con ella hablando de las cosas más banales, de compartir opiniones sobre esto y aquello... Pero por encima de todo, lo que de verdad daba razón de ser a sus sospechas era el modo en el que él la miraba. Un hombre, de la condición que sea, es traicionado por sus ojos cuando tiene frente a él a una buena lectora de miradas. Ella interpretaba cada gesto, cada mirada que se prolongaba más de la cuenta, la distancia entre sus cuerpos que algunos días carecía de importancia y otros la hacía sentir incómodamente bien. 

  Ella nunca le dijo nada. No podía detonar esa bomba que guardaba y llevaba siempre encima. Quién sabe si lo único que hubiera ocasionado sería el derrumbe de su dignidad y sentimientos no correspondidos. Él nunca le dijo nada. Estaba atrapado por preceptos y juramentos que él mismo había construído a su alrededor. ¿Por qué ir en contra de nuestra naturaleza cuando nadie puede impedirnos ser lo que realmente somos? Sabía que se autocensuraba pero algo dentro le inmovilizaba: como siempre, el miedo.

  Miedo a no ser entendido, miedo a ser tachado de pecador, miedo a perder la confianza de cuantos estaban en su vida, miedo a no saber vivir fuera de sus propios muros, a querer encerrarse de nuevo y que las puertas tuvieran el cerrojo ya oxidado.

  Llegó el día de la boda y, aunque él había intentado que lo sustituyese otro sacerdote, no podía hacer oídos sordos a las súplicas de su amigo: - Tienes que ser tú. Es un paso muy importante para mí. Te necesito. Te necesitamos - le había dicho. 

  Cuando ella comenzó a adentrarse en el largo pasillo que conducía al altar, él no quería ni mirarla. Sonreía con la falsedad con la que sonreímos en las miles de poses ya aprendidas. Las manos le sudaban. Brillaba, pero su mirada estaba apagada. Quería al que iba a convertise en su futuro marido, pero sentía que había sido la opción obligada. De haber dado rienda suelta a sus deseos, el hombre que ahora mismo se encontraba entra ella y él hubiera tenido un papel protagonista en su vida; no como amigo y consejero, sino como amigo y amante. 

  Ella lo miró a los ojos. Se miraron durante unos segundos que les parecieron infinitos. Ella retiró la mirada y la dirigió hacia su prometido. Siempre hay uno que ignora más que el otro, que no atisba ni la más mínima señal. Siempre hay uno que no es buen lector de miradas, digámoslo así.

  Todo pasó. Se casaron y la fiesta terminó. 

  El vuelo salía a las 22h. El destino lo desconozco. Pasaron unos días. Ella sentía un peso que le impedía seguir con la vida que había elegido. El miedo, siempre el miedo. Pensó que ya no podía perder nada. Ya estaba todo hecho, sería una confesión de sentimientos balbucientes y a deshora, pero le serviría para pasar página. Llegó con paso sereno y el corazón acelerado. Preguntó por él pero nadie supo decirle nada. Le hablaron de unas misiones, otros dijeron algo de un retiro espiritual, incluso hipotetizaron sobre un cambio de destino. 

  Se había ido sin despedirse. El final de su historia había sido una omisión de palabras, miradas y confesiones. "Ya no tenía nada que perder", había pensado cuando tomó la decisión de sacar a la luz toda su verdad. Sin embargo, acababa de perder algo más: la posibilidad de expresar eso que no había tenido valor de decir en tanto tiempo. El peso no sólo seguiría presionándola, sino que la asfixiaría por completo. Había esperado a no tener nada que perder para dar el paso y, ahora que lo había dado, cayó en la cuenta de que siempre hay algo que perder, que daba igual el momento en el que quisieras poner los puntos sobre las íes porque siempre había daños colaterales, esperar el momento adecuado (o que nosotros creemos adecuado) es como esperar que la marea no regale sus olas a la orilla. 

  Y así, la marea siguió golpeando con fuerza la playa de sus condicionales imposibles.

2 comentarios:

  1. Me gusta; es verdad que en la vida llegamos tarde a muchas cosas pero la propia existencia se demora para que hablemos tarde o que lo lo hagamos nunca.
    Por cierto, ¿qué es "proxémica"? No conozco esta palabra ni tampoco está en el diccionario. ADA MADRINA

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  2. Una historia, muy bien contada, que podría dar para toda una novela. "La Regenta", de Clarín, sería su más importante antecedente. Lo reconozco:no conocía la palabra "proxémica". Gracias por enseñármela.

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