6 de febrero de 2014

EL DESENFOQUE DE TU AUSENCIA


No siento nada: ni hambre, ni sed, ni sueño. No sé qué hora es ni en qué día estoy. A mi alrededor todo fluye como fluyen las olas del mar empujadas por la mano de nadie. Todo gira como giran las veletas cansadas de estar siempre en el mismo lugar, sintiendo el mismo viento que pasa de largo y que regresa de nuevo convertido en una réplica de sí mismo, pero más frío, mucho más frío.


Solo respiro; respiro con la certeza de estar haciéndolo, esforzándome por capturar todo el aire que me rodea, concentrándome para dejarlo salir despacio, vaciando mi cuerpo y despejando mi alma. 

El corazón late, late fuerte, lo siento en el estómago, vacío de alimento y preocupaciones. Me cuesta definir lo que me pasa por la mente porque pasa demasiado deprisa como para poder atraparlo y enjaularlo en algún rincón de mi memoria para después poder expresarlo con pinceladas de pasión.

No necesito absolutamente nada. Podría quedarme así por un tiempo eterno, un tiempo que destrozase las manillas del reloj y las clavase en cualquier ángulo olvidado del universo. Pero entonces viene, llega sin avisar, es una claridad que me ciega por unos segundos para devolverme a la oscuridad de los días de sol. Es en esos momentos cuando -créeme- todo lo que no sentía, no veía y no padecía se abalanza sobre mí rompiéndome los huesos más blandos del corazón. Me aplasta los sentidos y, bañada en melaconlía, percibo nítidamente el desenfoque de tu ausencia.

2 comentarios: