2 de noviembre de 2011

El títere hilado


Y cuando miro hacia atrás mi memoria no me falla. Si la vida fuese una película, una de las típicas comedias románticas que se ven para pasar el rato, yo hubiera sido el típico chico que un día cualquiera, en un lugar impreciso y a una hora intempestiva se hubiera encontrado con una chica maravillosa. Aunque la idea de encontrar algo o alguien que pudiera devolverme confianza, fuerza, esperanza... al fin y al cabo, alguien que me hiciera sentirme vivo de nuevo, se me antojaba desestructurada y quebradiza. 


Mi vida se había quedado estancada como el agua en una pila con las tuberías obstruídas. A veces, me gustaría filtrar todas esas pequeñas cosas que hacen la vida más incómoda, más triste y rutinaria. Poder tener un pequeño colador que sólo dejara pasar lo bueno y que obstaculizase todo lo demás. Pero yo no tenía filtros; en el reparto me había tocado un embudo enorme a través del cual entraban toda clase de residuos e impurezas. Creo que la razón de merecer esta ausencia de protección frente a los males mundanos era la ausencia de miedo. No tenía miedo a la derrota ni tampoco a la pérdida. La mayoría de las personas actúan y deciden condicionadas por el miedo o por los intereses. Yo carecía de temor a la vida. La vida era sencillamente la única realidad incuestionable que me acompañaba siempre. Yo y la vida vagando sin pretensión alguna. 

Cuando estás dispuesto, porque es natural en tu conducta, a dejarte llevar, suelen rodearte las casualidades, las coincidencias, los imprevistos... te pasan cosas, y eso es fascinante. Te sientes como un gran imán capaz de atraer hacia tu campo magnético de todo: lo bueno, pero también malo. 

Hacía ya varios meses que sentía que mi polo positivo apuntaba en la dirección del mundo y sólo me aportaba por tanto las cosas negativas. Por más que me esforzaba en recolocarme de tal forma que el polo negativo fuera el protagonista, sólo conseguía cansarme y no aceptar que si aún no se podía era porque sencillamente no se podía. 

Ella estaba atareada en no hacer básicamente nada. Sentada en la parada del autobús estudiaba concienzudamente el circular de los coches. Era una tarde de otoño y lloviznaba. El viento, fuerte y desagradable, se adueñaba de un mechón de su pelo que escapaba del resto recogido en una cola de caballo. 

Las paradas de autobús son una representación fiel del concepto de no lugar. Estuve una vez charlando con un entendido en semiótica (teoría general y ciencia que estudia los signos, sus relaciones y su significado), y me amenizó una espera de dos horas debida al retraso de nuestro vuelo, hablándome precisamente de este término: el no lugar. El aeropuerto, donde íbamos a tener que esperar más de lo deseado y previsto, era un no lugar: sitio de paso, sin raíces; al que nadie va para quedarse. Aun gozando de la cualidad del desarraigo, son estos no lugares los más necesarios para alcanzar nuestros objetivos. Para llegar a la meta. Para volver a la casilla de inicio. Sin ellos no existirían los lugares comunes y privados que sentimos nuestros, como nuestra casa. 

Ella no miraba el reloj, ni toqueteaba su móvil, ni tampoco controlaba su entorno más próximo. Sólo miraba al frente con los ojos propios de una soñadora, adoptando una expresión algo melancólica.

Yo seguía apoyado en el maletero de mi coche, sin paraguas y sin fuerzas para dejar de mirarla. Sentí que aquella chica tenía algo que ver conmigo, que algo nos unía. ¿Me acerco y la invito a dejar de esperar el autobús, o me quedo quieto sin hacerle un guiño a la vida? Mi mente ya estaba frente a ella, pero mi cuerpo se había clavado al armazón del coche. De nuevo mi polo positivo colando lo indeseable por el embudo. Está bien, un par de pasos y le digo cualquier cosa para iniciar una conversación... O quizás no acepte entablar diálogo con un desconocido... perdiendo así toda posibilidad del mañana. 

Mis pensamientos fueron golpeados por la voz de un tipo que quería que quitara mi coche de segunda fila para sacar el suyo. Me monté rápidamente y decidido a probar suerte con la chica que seguía esperando. No tenía nada que perder porque no había ganado nada aún. Bajé, cerré la puerta y al levantar la vista ella no estaba. No había nadie en la parada. Noté que no me importaba tanto el hecho de su desaparición como la presunción de mi comportamiento. La soberbia de creerme con el control. De dejar pasar el momento como si fuese a tener más oportunidades o pudiese optar al comodín del regreso al pasado.

Escapa el tiempo y creemos poseerlo. Escapan los segundos, los minutos, las horas; y con ellos los días, las semanas y los meses. Volví a abrir el coche y cerré la puerta. Conduje cerca de 40 minutos sin rumbo fijo, y de esa forma, transitando por el no lugar que representa la carretera, pensé que sólo entonces compartía algo con la chica de los ojos soñadores: los dos estábamos de paso. 

Llegué a casa y encendí la luz. Me senté en el sofá y noté como se movía en mi interior, revolviéndome el estómago, el generador de energía que sacaba a relucir el lado negativo apuntándolo hacia el mundo exterior. Ahora podría atraer lo bueno, lo positivo, todo lo que había estado añorando durante tanto tiempo... 

Pero no... no es que pudiera, es que me hallaba en un momento en el que lo necesitaba. Necesitaba empezar a abrir los ojos y darme cuenta de que nuestro mundo es el más e indudable ejemplo de no lugar, en el que deambulamos creyéndonos eternos. Despertar a la nueva sensación de pisar el suelo de una existencia efímera e incontrolable. Una existencia que cuando me fuera arrebatada no se avergonzase de su dueño creyéndolo títere hilado, sino que estuviese orgullosa de haberse desarrollado en manos de alguien que sabía de su fragilidad y de su fugacidad. 

Y, como dije al principio, mirando hacia atrás y sin fallos de memoria, mi película va cumpliendo años y mi existencia me habla de valentía. De perseguir objetivos. De creer en uno mismo. De hacer lo que queramos hacer, y ser lo que queramos ser. De no esperar a nadie para pulsar PLAY. De sorprenderte de todo y de no aferrarte a nada. De valorar lo importante y dejar de lado lo superfluo. De emanar naturalidad y despojarse de artificios y banderas.

No hagas lo estipulado o lo políticamente correcto. Actúa desde la materia roja que riega tu pensamiento, y cuando veas a una gran masa de gente dirigiéndose hacia un lugar cualquiera: corre en dirección opuesta.

2 comentarios:

  1. Interesante reflexión la del no lugar…

    Si esto hubiera sido una película habría sonado como banda sonora la canción Copenhage: "Aeropuertos, unos llegan y otros se van" que como tú dices, no es sino imagen de la vida misma donde unos llegan y otros se van y casi siempre nos sentimos de paso.

    Y al final, cuando la chica desaparece lo que queda es esa sensación de vacío al preguntarte: ¿Qué habría pasado si..." ¿hacia dónde me hubiera llevado ese autobús?

    Pero lo cierto es que, si vivimos como dices en el penúltimo párrafo, al final todas esas incertidumbres nos dirigen hacia el momento y lugar exactos donde ya no hay que preguntar más, porque todas las dudas se resuelven.

    Ha sido un placer haber descubierto este blog. Gracias.

    Y ya que aquí se escribe con K, firmo así:
    Karlos con K.

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  2. La mayoría de las personas no actúan!!

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