26 de mayo de 2011

LÁGRIMAS DE PASO

Ya no oía nada, sólo un pitido; un pitido intenso dentro de mi cabeza. Me levanté del suelo y miré la esquina del salón donde me había pasado las dos últimas horas llorando; compadeciéndome de mí mismo. 


Me dolía la cabeza, muchísimo. Los ojos parecían querer salirse de mi cara, estaban hinchados y rojos. Frotándomelos con fuerza, como si eso fuera a calmarlos, me dirigí al baño. Cogí un buen trozo de papel higiénico y me soné la nariz llevándome con él parte de la pena. 


Entré en la cocina y abrí la nevera: nada. La cerré de nuevo. Fui a la despensa y lo único que pude conseguir fue un paquete de picos, ya rancios. No comía desde... Miré el calendario, el de los diferentes tipos de margaritas que me había regalado el tipo de la floristería de abajo. Era el típico calendario de propaganda pero las fotos eran muy bonitas. Busqué lentamente pasando el dedo por encima de los días que se desvanecían en noviembre y mi estómago rugió al notar que más o menos lo último que me había llevado a la boca era un plato de pasta que había tomado hacía ya más de tres días.


Mientras masticaba, notaba que me dolía un poco la mandíbula, sería de no usarla... Seguía de pie, absorto en mis pensamientos, penosos pensamientos. No me sentía con fuerza de hablar ni de estar con nadie. Mi balance interno se había ido al traste. La cuenta de pérdidas superaba a la de ganancias. Concretamente había sufrido dos pérdidas; dos pérdidas que sabía que no podían siquiera asemejarse la una a la otra porque dolían de manera diferente. 


Mi madre había muerto hacía ya dos meses y no es que no lo pudiera superar, es que en el largo proceso de superarlo estaban presentes los bajones, los días negros, los llantos más desconsolados... Y después nuevamente se veía un rayito, chico, chico, de sol. Pero ahora esta recaída había sido nueva; nueva por las circunstancias que me rodeaban: "Creo que he dejado de quererte". Esas fueron las palabras de Ángela; las exactas y malditas palabras que nunca desearía haber tenido que oir.


- ¿Lo crees o estás segura? - había respondido yo.
- No quiero hacerte más daño... - ella miró al suelo como si quisiera ser tragada por él.
- Pues entonces contéstame a la pregunta y no utilices frases hechas y vacías de significado para mí - respondí con fuerza, como si así pudiera hacer que ella cambiara de opinión.
- No te quiero, y lo sé desde hace más de un mes, pero es ahora cuando me he dado cuenta y he tenido el coraje de decírtelo. - dijo ella sin vacilar.


No podía creerlo. Esta etapa de mi vida estaba siendo muy dura: el perder a mi madre no estaba siendo algo fácil de llevar y Ángela había estado apoyándome y cuidándome. ¿Por qué ahora?, ¿por qué cuando más necesitaba su comprensión, su cariño, su compañía, me tiraba a la cara una relación de cinco años? No podía odiarla, estaba demasiado cansado para eso.


Ya mis labios no servían para sonreir, ni para besarla; mi olfato no percibía el aroma de su perfume ni el del café por la mañana; los oídos no escuchaban música estimulante ni carcajadas sin sentido; mis manos no acariciaban su cuerpo ni rodeaban su cintura; mis ojos no la veían ni la buscaban, solo derramaban lágrimas, muchas lágrimas. 


Cuando miré por la ventana estaba atardeciendo. Cuando se ponía el sol siempre tenía grandes idea, ideas revolucionarias e inesperadas sobre todo. Pensé que la pirámide del dolor tenía muchos escalones: el primero eran esas pequeñas cosas que te dañan habitualmente: malas contestaciones, falta de educación, miradas de envidia, cotilleos banales... Después, podríamos subir a las difamaciones, los insultos más afilados, la falta de confianza en los ojos de un amigo, el sentirse utilizado... Luego, no sé: la traición, el engaño, la amoralidad, la maldad, la infidelidad... Y por último, estaba la pérdida de tu ser; porque no os engañéis: cuando algo que es parte de tu vida desaparece, esa parte de ti muere también. Así que con cada adiós morimos un poco. 


En ese último peldaño de la pirámide del sufrimiento había dos compartimentos claramente delimitados: uno era el fin de un amor. El final de mi historia de amor fue ir conduciendo y ver que el semáforo se ponía en ámbar y acelerar para pasarlo rápidamente; pero inevitablemente el siguiente semáforo se ponía en ámbar con precisión matemática y yo también lo pasaba sin mirar atrás; el último, ese ya se veía ámbar de lejos y sólo cabía la posibilidad de pararse, porque al llegar ya estaba en rojo: no había salida. Y cuando me paré ella bajó del coche y siguió su camino a pie. Al fin y al cabo... ¿algo es eterno en esta vida?


El otro compartimento de perder parte de ti mismo es la muerte de un ser querido. Ese adiós sí es dolor. Desgarra y aprieta a partes iguales, te destroza el alma y te enmaraña el sueño. Te quita las ganas de vivir, te nubla la vista, te quiebra los huesos... Escribí una nota hace unos días pensando en mi madre: "Tu despedida fue decir adiós con un hondo silencio". Porque la muerte es eso: un hondo silencio. Y en el silencio estamos perdidos.


Fue en ese punto exacto cuando me di cuenta de que este compartimento era la cúspide de la pirámide, superaba al abandono sentimental con creces. Qué estúpido soy... ¿Cómo puede compararse una muerte con un abandono? Con la muerte llega un enorme vacío y con el abandono llega una oportunidad de recuperar: tiempo, lugares, personas, hábitos... Puede llenarse más tarde o más temprano el vacío que sentimos, pero el otro jamás será rellenado por nada ni por nadie.


Estaba claro, mientras atardecía yo había llegado a una gran conclusión que sería mi bandera, mi propio descubrimiento. Comprendí que las lágrimas no podían hacer que alguien que había muerto volviera a la vida, y descubrí también que las lágrimas tampoco podían hacer que alguien que ya no te quería volviera a quererte...

3 comentarios:

  1. Simplemente IMPRESIONANTE. Los 2 últimos párrafos, lo mejor que he leido en mucho tiempo

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  2. imposible expresar mejor los sentimientos con palabras

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  3. Acabo de descubrir tu blog y ha sido como una inyección de vida. Gracias.

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