12 de marzo de 2012

Tres días con Samuel Smiles. Día 3.

   Esa mañana al despertador se le concedió el día libre, ya que Luisa abrió los ojos veinte minutos antes de la hora programada. Esos despertares eran sus favoritos. El cuerpo decidía cuando era suficiente. Además, le parecía injusto el protagonismo que se adjudicaba el oído frente al resto de los sentidos en el momento de tomar conciencia de la llegada de un nuevo día. Siempre nos despertamos con el oído, y ella prefería despertarse con los ojos.

   Se desperezó y pudo comprobar que el ordenador había estado encendido toda la noche. Estaba tan agotada que había olvidado apagarlo. Aprovechó para revisar su correo y al abrir el navegador encontró dos cuadrados. Eran como dos grandes pulsadores virtuales. Se frotó los ojos que aún no habían perdido la resaca del dormir, y leyó lo que cada cuadrado contenía. El de la izquierda era de color naranja y en él estaba escrito el número uno. El derecho era azul y contenía el número dos. Sin pensarlo demasiado hizo click sobre el número uno. Sonó un pitido muy fuerte y el ordenador se apagó.

   Luisa no sabía muy bien qué acababa de pasar, pero lo que sí sabía es que llegaría tarde al trabajo como se pusiera a jugar a los detectives. Se lavó la cara, puso al fuego la cafetera mientras se maquillaba y se vistió. No encontró tráfico que aumentara su ya evidente retraso, por lo que se puso de buen humor. En la calle donde se encontraba su oficina una chica estaba dejando su sitio de parking libre y Luisa daba brincos de alegría, literalmente.

   Ese día tuvo muy pocas llamadas. Ni clientes quejándose, ni proveedores avisando de posibles retrasos en las entregas... ni siquiera le había llamado él. Solía hacerlo de vez en cuando. Sus llamadas eran así: tono de llamada, Luisa descuelga y saluda, silencio, Luisa insiste, silencio, pitidos de fin de llamada. No sabía a ciencia cierta si era él pero cuando le habían comentado que había cambiado de teléfono le pareció bastante probable. El porqué lo hacía no lo tenía tan claro; él fue el que escapó, el que olvidó su futuro: el de ellos.

   No quería volver a casa. Allí, después de todo, no le esperaba nadie. Dejó el coche donde estaba y se fue dando un paseo al centro. Había gente por todas partes, las tiendas estaban abarrotadas y los bares repletos de jóvenes celebrando la llegada del fin de semana. El sol siempre acompañaba en esta época. Se quedó parada en una esquina dejándose calentar por los rayos de sol. Cerró los ojos y sintió la cercanía de alguien; como cuando notas que te miran. Abrió los ojos y él estaba frente a ella. Era un situación muy embarazosa pero sobre todo triste.

   - Ten cuidado con eso de cerrar los ojos en mitad de una calle tan transitada como ésta - dijo él mientras se acercaba. Luisa sonrió y calló. - ¿Cómo estás? - preguntó él como quien pregunta la hora. - Estaba bien hasta hace un minuto - bajó la mirada pero corrigió el movimiento y enfrentó su mirada, la de él. - Siento que mi presencia te moleste. Si quieres la próxima vez sigo mi camino - él hablaba con miedo; como si tuviera que medir cada palabra para superar un examen. - Lo de seguir tu camino es una costumbre arraigada en ti, no creo que tuvieras problemas con ello - sintió ser tan brusca pero las palabras fluían con naturalidad. - Me gustaría hablar contigo. No sé si alguien te ha contado que lo estoy pasando mal. Que no duermo bien desde hace un tiempo. Que pienso en ti constantemente. Que te llamo a veces al trabajo y cuelgo por pura verguenza. Que algunas noches paso por la puerta de tu casa por si me cruzo contigo... - Luisa paró su discurso: - ¿Me estás acosando? - él se acercó aún más y con la voz entrecortada le confesó: - Te echo de menos. He tenido tiempo de pensar, de darme cuenta de las cosas que me importan, de lo feliz que era cuando estábamos juntos, de que he sido un cobarde y de que el miedo me ha hecho huir. Ahora es diferente, sé lo que quiero: te quiero a ti. 

   Luisa se recolocó el bolso que ya estaba a punto de rozar el suelo. Cuando él la había dejado pegándole aquel mazazo con la frase: "necesito cambiar de vida, aires nuevos, avanzar yo solo", ella no había gritado, ni se había enfadado; ni escenas ni sobreactuaciones. Simplemente ella había dejado de sentir. El sentimiento que le unía a ese hombre se había desintegrado, y a los pocos días era como un yogurt caducado, empezaba a cubrirse de moho y olía tan mal que tuvo que bajar a la calle a tirarlo en el primer contenedor que vio. Cuando un sentimiento se quiebra, aunque sea algo inmaterial, puede oirse un crack, y duele; Pero es como cuando te crujen el cuello: duele pero luego te sientes en la gloria.

   - Adiós - sentenció Luisa con una espléndida sonrisa en su cara. - ¿No vas a decirme nada? - murmuró él. - Dicen que rectificar es de sabios, pero eso no implica que el sabio tenga la posibilidad de retomar su antiguo camino. Según tú, te has equivocado y quieres solucionarlo. Me parece perfecto. El problema es que yo no voy a solucionarlo contigo; lo vas a hacer tú solito por ese camino que decidiste andar solo. No pienses que te guardo rencor, tuve que tirarlo a la basura junto al amor que sentía por ti, estaba caducado. - Respiró profundamente antes de terminar - ¿Sabes? Algún día tú también pulsarás el número uno y dejarás que la vida te enseñe lo que necesitabas saber. Que te vaya bien. - Y se marchó.

El que nunca cometió un error, probablemente nunca haya descubierto nada.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho, Kris. La imagen del yogurt caducado es muy gráfica y precisa. Tiene fuerza y, además, lo explica visualmente todo, la decepción sufrida, el rechazo, lo irrecuperable... Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  2. Una vez más te superas, kris. Buena elección de la frase, y mejor aún interpretación. Tú sí que vales!

    ResponderEliminar
  3. Ni el mismisimo Jorge Bucay. Enhorabuena Kris. Como dicen por aquí, cada día te superas. Qué gusto al escribir...y sobre todo, al leer! un besazo y sige así

    ResponderEliminar