Supongo que
esperáis un final. Al menos un "a continuación"... pero lo siento, no
puedo daros algo que no está en mi mano; quiero decir que prácticamente desde
el comienzo de mi historia habéis sabido que finalmente ella y yo tomábamos
rumbos diversos. Me gustaría, de verdad, deciros que ella me vio en aquella
sala y vino corriendo hacia mí como si de una película de Anne Hathaway se
tratase, pero la realidad no siempre supera a la ficción, y después de todo no me quejo de los finales
que se alejan del "Happy Ending" que siempre esperamos en lo mas
profundo de nuestro ser.
Deseamos un final feliz para todas
las historias porque si las cosas terminan bien en la vida de otro, ¿por qué no
lo harán en la nuestra? Necesitamos creer que existen estos finales para no
perder la fe en nuestro posible final feliz, el que esperamos a cada paso que
damos en nuestro camino.
Os ofrezco una alternativa: imaginad
vuestro final, aunque sea un final digamos a corto plazo o provisional. Ese
final, vuestro final, no solo os dará libertad, sino que nos estaréis liberando
también a nosotros de sufrir un "a continuación..." que se queda
cerrado, un "a continuación" que no deja puertas abiertas, que nos
encierra inevitablemente en uno de esos vagones de tren de los que no podemos
escapar. Siempre me ha gustado más el
desarrollo - con sus comas y sus puntos y aparte- que el maldito fin con su
obligado punto final. Hay que disfrutar del durante porque es donde todo tiene
sentido, el durante es cambiante y nos hace sentirnos vivos, el durante es el
único tiempo que existe aquí y ahora.
Ella me hizo sentirme plenamente
vivo, y por eso no quiero castigar nuestra historia con un final; porque los
sentimientos no tienen fin. ¿Cómo van a tenerlo si son un continuo nudo incapaz
de llegar a un desenlace?
Después de todo, el motor que ha
hecho posible esta historia fue desde el principio la melancolía. “La
melancolía es la felicidad de estar triste”… Esta tristeza feliz me hace, de
cuando en cuando, perder la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto.
Cuando pierdo mis sentidos es cuando
puedo apreciar a un nivel máximo esta profunda tristeza; allí, en ese estado
soy indestructible. Me siento como esos brujos que están destinados a morir en
la hoguera pero no tienen miedo, no tienen deudas que pagar ni tampoco ganas de
luchar contra lo que les espera. No me importa ganar o perder, no me importa
porque tanto la victoria como la derrota me hablan de vida. Se gana o se pierde
cuando te juegas algo. Hay que jugársela, sin miedo; porque de todas formas, en
las historias de amor no hay ganadores o perdedores, normalmente se llega a una
derrota compartida, una mitad la carga uno y la otra mitad se la queda el otro.
Absorto, lejos de mis sentidos,
estoy con ella, estoy en nuestra historia, estoy sin estar, y en esta dualidad
soy yo mismo, yo mismo viviendo con un corazón, que valiente o cobarde, no ha
aprendido a olvidarla, no porque no pueda, sino porque nunca ha querido.