7 de noviembre de 2012

La Materia Gris del Corazón - Capítulo II



   Cada persona tiene diversas caras que no tienen por qué contradecirse. Pensemos que son complementos imperfectos que logran formar una masa homogénea. En ella destacaban tres cualidades por encima del resto. ¿Cómo definir a una persona sólo basándonos en tres aspectos que la caracterizan? De la misma manera en la que definimos un atardecer: no por su color, extensión o velocidad, sino por la sensación que deja impresa en nosotros. Hablaré de ella teniendo en cuenta lo que significó para mí, aceptando una vez más que la pude haber tenido.


            Una polilla encerrada en la cabina de un conductor de tren revolotea y choca contra el cristal. Retoma su vuelo y choca de nuevo contra otro cristal. Párate, polilla, para ya. Ella no sabía que estaba encerrada y que seguiría chocando contra algo más grande y pesado que ella. Por eso intentaba con todas sus fuerzas revolotear, continuar su vida después de las caídas, de los errores cometidos, de las experiencias que hendían su piel dificultando la cicatrización de sus heridas. Un día me contó que había caído en picado. Se trataba de una crisis existencial momentánea de la que no sabía cómo salir. También me contó que un buen día un desconocido le dijo una frase que le cortó el aliento y ella se la guardó como un tesoro que debe ser protegido para que no vaya a manos inapropiadas. Con esa frase se abrió el cristal contra el que, como buena polilla, chocaba sin remedio alguno. Tomó vuelo hacia el vagón central del tren donde todos la miraban desde sus asientos incómodos, y sonrió porque se dio cuenta de que aunque alguien nos ayudara a continuar nuestro camino siempre permaneceríamos encerrados en sitios más y más grandes.

            La segunda de sus cualidades era el modo en el que contaba las cosas. —Siempre tienes historias nuevas —le dije un día. Ella se apartó el pelo de la cara y sonriéndome me dijo: —Ignacio, no es tan importante lo que te cuento como la forma en la que te lo cuento. La vida es cuestión de percepción. Frente a una situación cada persona percibe algo distinto. Nos vemos influidos por el conjunto de herramientas que hemos ido recopilando y que cargamos en la espalda. Lo que a uno le parece bello, a otro le da pavor. Lo que a uno reconforta a otro lo llena de hastío —. 

            Ella contaba porque sabía contar. Historias banales, anécdotas opacas, momentos insignificantes... nada le pasaba desapercibido. — ¿Sabes? Hay frases que se quedan en la memoria más allá del tiempo y del espacio. Nadie sabe el poder que tienen sus palabras hasta que alguien te confiesa que el día tal a la hora cuál le dijiste algo que le cambió el ánimo, que le supuso una ayuda; en definitiva, que tú  fuiste el responsable de que a otra persona le afectaran de tal manera tus palabras que las llevó a la espalda, fueran buenas o malas, durante el resto de su vida —.

            Quise saber qué se había quedado en su memoria grabado como un archivo con copia de seguridad. Ella no solía responder a preguntas directas. Su mundo de pensamiento era mucho más casual y metafórico. Ese era el nudo más potente que te mantenía atado a ella: el saber que cada día habría algo nuevo, que con cada historia averiguaría cosas de su pasado, detalles de su vida, y que lo descubriría en un modo natural, calmado, bello, quedando casi obnubilado.

          Después de saber que era consciente de revolotear entre muros y después de apreciar su modo de contar las cosas, no podía obviar su última cualidad, aquella que pude sentir desde el lugar que me dejó tener en su vida.

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