12 de noviembre de 2012

La Materia Gris del Corazón - Capítulo VII



        El clima y el ánimo están estrechamente unidos. Si me levanto y veo que en la calle brilla el sol se me pega un poco de ese brillo y me siento más fuerte. En cambio, si el día amanece nublado o lluvioso me vuelvo inapetente. Para mí, el final de nuestra historia fue un fuerte vendaval que golpeaba la lluvia que caía torrencialmente tornando imposible el hecho de no mojarse aun estando bajo el paraguas.

            Recuerdo una vez, al principio del verano, que Julia se enfadó conmigo porque a la hora de elegir el vino para la cena escogí un vino tinto y no uno blanco. —Pero el tinto también te gusta, ¿no? —me defendí. —Pero me gusta más el blanco y lo sabes. Actuaba como quien busca desesperadamente un motivo por el que enfadarse, una excusa para añadir un poco de frustración a su vida. —No creo que sea para tanto, Julia… —. Ella me miró intensamente pero no fue una mirada prolongada. Se secó las manos en el trapo de la cocina, cogió su bolso y se fue. Estamos hartos de oír hablar de lo difíciles que son las mujeres, de que no hay quien las entienda y todo ese manido discurso que llena las bocas de tantos hombres. Yo me quedé sintiendo una especie de culpa por no haber hecho nada malo. ¿De verdad alguien puede estropear una cena porque el vino elegido no es el que más le apetecía?, ¿la llamaba o la mandaba a tomar viento fresco y me daba el homenaje yo solo? Dejé de pensar y pasé a la acción. Ella era libre de hacer lo que quisiera, faltaría más, pero yo también lo era, así que descorché la botella de vino tinto y comencé a beber mientras esperaba que terminara de cocerse la pasta. Las almejas estaban listas en la sartén para condimentar unos espaguetis que echarían de menos una bonita cena para dos. Se tendrían que conformar conmigo, después de todo era mi plato favorito.

            Rellené de nuevo mi copa y ya sentía la presión que deja el vino en la cabeza cuando se bebe con el estómago vacío. Un portazo me sobresaltó. Julia entró en la cocina con una botella de vino blanco en la mano y una seriedad extraña. Yo no sabía exactamente en qué punto estábamos. —La vida son dos días —dijo— Sé que podría haberme conformado con el vino tinto, pero para dos días que tengo ¿por qué no tener lo que quiero si puedo conseguirlo? —. No sabía si tomármelo a mal, a bien o a me daba igual. Le pasé el sacacorchos y con una velocidad digna de récord se sirvió una abundante copa de vino blanco. —Eres una caprichosa —le dije— haces que tu ánimo cambie por cosas tan nimias que no te das cuenta de que ahí no reside lo importante—.  Ella bebió y se pasó la lengua por los labios. —Lo importante para ti no es lo mismo que para mí —. Sacó del bolsillo de su pantalón un sobre, un sobre donde ponía mi nombre: “Para Ignacio Medina”. Yo no sabía qué era todo aquel teatro que estaba siendo representado sin mi consentimiento y que además me había elegido a mí como protagonista. Julia sonreía y seguía bebiendo. Abrí el sobre como quien abre un paquete gigante envuelto en papel dorado y con un gran lazo rojo; de esos paquetes que sabes que contendrán algo que deseas desde hace tiempo. Saqué dos cartulinas rectangulares y rígidas; en una estaba mi nombre y en la otra el de ella. — ¿Me estás invitando a acompañarte al próximo congreso que tienes en… —releí la invitación porque no había visto el lugar de celebración— en Roma? —. Ella dejó la copa en la encimera y se acercó a mí. —Mira, ya sé que es pronto, que quizás no te apetezca, que tengas otros planes para esas fechas… Si no quieres venir es tan sencillo como… — ella no iba a parar de hablar y yo, para cortar su respuesta, seguramente sarcástica, hice lo que ya una vez me había funcionado con ella: la besé; pero esta vez no me di cuenta de la intensidad, la precisión o la magnitud del beso. Esta vez todo era distinto.

            Mi mente descartó toda esa información porque era imposible materializar en palabras todo lo que se había desencadenado en ese momento. El camino estaba tomado y a ella —que no le gustaba pensar que toda elección implica un rechazo— se le concedió la oportunidad de que en esta ocasión fuera otro el que tomase un camino y no el otro.

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