Qué situación
tan increíble, en serio, mi día a día se veía asediado por esa melancolía del
presente que antes he intentado explicar. Julia siguió: —Ese día era importante
para mí. Cuando desperté y me llamaron para sustituir al Doctor Segura tuve que
hacer todo con las prisas cortándome la respiración. No estaba preocupada
porque era una charla que conocía prácticamente de memoria y la verdad es que
el pánico escénico no lo he sufrido en mi vida. Pero cuando salí de casa y
entré en el metro empecé a marearme, me apoyé en la pared y había un pequeño
tornillo que sobresalía y que quiso destrozarme las medias. Sabía que no me
desmayaría pero notaba mi tensión por los suelos y un sudor frío que me
recorría toda la espalda. Recordarás que me agarré a ti y me senté en el sitio
en el que tú tenías pensado sentarte, ¿no?
Yo la escuchaba como quien está
escuchando una historia desconocida, una historia que no le compete. —Bueno, yo
recuerdo que prácticamente me apartaste… — Ella lanzó una sonrisa con aires de
superioridad. —Me estaba sujetando a lo primero que vi. Tú fuiste lo primero
que vi, Nacho. —Sonreía guiñando un poco los ojos. Continuó: —Después me sentí
estúpida pero no iba a compartir con un extraño lo que me estaba pasando, no
confío demasiado en la bondad de la gente y tampoco me gusta dar explicaciones
—. Él sintió ternura, una ternura infinita por aquella mujer y por su afán de
luchar en un mundo cruel sin aceptar la ayuda de nadie. —Bueno —avanzó—,
después cuando comencé la charla y vi que alguien se levantaba me sentí
humillada. Sé que no es algo personal pero no sabes lo que mina el ánimo de un
profesor que un alumno no le dé ni la posibilidad de atrapar su atención. No me
habías dado ni cinco minutos de gracia, pero claro, cuando te giraste y me di
cuenta que eras el chico del metro sólo quería que me tragara la tierra.
Parecía como si el día me tuviera deparado desde por la mañana una batalla
contra ti sin hacérmelo saber. Yo también tenía esa sensación de “guerra” a la
que aludiste acto seguido, ¿sabes? Acorté la ponencia todo lo que pude,
resumiendo los aspectos básicos y prometiendo pasar el material por e-mail a
los asistentes. Salí del salón de actos como quien corre hacia la estación de
tren aun sabiendo que no llegará a tiempo. Giré un pasillo y te vi fuera, al
sol, recostado en la pared, mirando sin mirar y me parecía como si te conociera
desde siempre. Necesitaba sentirme apoyada, alguien que me dijera “cálmate, no
pasa nada, todo va bien”. Tú eras el único que podías hacer ese trabajo porque
eras el único que me conocía sin conocerme —Carraspeó y entrecerró los ojos
como queriendo enfocar sus pensamientos. —Cuando nos abrazamos me sentí como si
yo no fuera yo; en ese instante yo era otra persona, en otro lugar, en otra época
y con otra vida. Quería que lo supieras para que veas cómo un gesto sin
importancia puede cambiar la vida de otro, cambiar para mejorarla. Tú me
mejoras y quiero que lo sepas, y que sepas lo importante que eres para mí —. Mi
mente iba a mil por hora, quería decirle un millón de cosas: todo lo que ella
me provocaba, cuánto me gustaba su actitud ante la vida, cómo me embelesaba con
sus palabras, la fuerza que tenía su mirada… Que era ella la que me había
salvado a mí, que ella significaba todo en mi vida, que habíamos tirado de la
misma cuerda invisible sin ser conscientes de ello, que a mí me bastaba su
cercanía para sentirme vivo, que ni ultrasonidos ni corrientes de separación
podían hacer que me alejara o me olvidara de ella. —Gracias —respondí.
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