11 de noviembre de 2012

La Materia Gris del Corazón - Capítulo V



Sentía un peso que no podría definir como malo pero que ciertamente bueno tampoco era. No la conocía de nada y ya podía sentir una melancolía ilógica dentro de mí. Víctor Hugo decía que “la melancolía es la felicidad de estar triste”. Cuando vivimos con intensidad, con deseo, sin miedo y vamos poco a poco adquiriendo experiencias vitales, recuerdos que se nublan por momentos, imágenes distorsionadas que se han quedado dentro de nosotros… sonreímos con una pena inexplicable. Te alegras de haber vivido todo aquello porque te consideras afortunado pero al mismo tiempo, un sentimiento crece en paralelo y es como una punzada honda que se adentra en nosotros y repentinamente nos invade el temor de no volver a tener la oportunidad de vivir cosas que nos hagan sentir de la misma manera que nos hace sentir todo lo que nos provoca melancolía. ¿Pero cómo podía sentir melancolía de algo que no había vivido? Pensé que lo llamaba así porque no sabía con qué palabra definir lo que sentía. Tenía ganas de sentarme al sol fresco de primavera, cerrar los ojos y dejarme llevar hacia donde la vida quisiera, sin planes, horarios ni ataduras. Tenía la mirada perdida y como por capricho del azar, ella, que recordemos que era buena con las miradas, consiguió encontrar la mía y atraparla. Tenía un gesto tímido, la noté turbada y como si fuera una niña pequeña a la que se quiere consolar me acerqué a ella. Tenía los brazos cruzados defendiéndose de cualquier cosa que la pudiera atacar, defendiéndose incluso de ella misma. Yo la tomé por los codos y le separé los brazos. El gesto tímido se había transformado casi en una mueca suplicante; suplicaba comprensión, me estaba pidiendo una ayuda que yo no sabía si sería capaz de darle. Le sonreí y me rodeó con sus brazos abrazándome fuerte, como se abrazan los amantes que se despiden, como el abrazo entre dos amigos que no se ven desde tiempos inmemoriales. Yo me sentía estúpidamente importante.
           
            Nuestra capacidad auditiva escapa a los ultrasonidos porque su frecuencia está por encima del espectro del oído humano. Existen pero no podemos oírlos. Lo mismo pasa con la conexión entre las personas. Hay unas corrientes potentes de atracción que hacen que dos personas, como en nuestro caso, desconocidas, sientan una conexión inmediata, como si cada uno estuviera sujeto al extremo de un mismo elástico en tensión que cuando no puede estirarse más se contrae acercándonos el uno al otro sin remedio. Ella y yo estábamos conectados por alguna fuerza que escapaba a nuestro control y a nuestra comprensión, pero que al igual que los ultrasonidos esa fuerza existía.

            Desde ese momento comenzamos a vernos prácticamente a diario, llamadas casuales, sin obligaciones, por el mero placer de vernos y estar el uno con el otro. Aprovechando la temperatura primaveral que embellecía y templaba el ambiente le cogimos gusto a irnos a un parque enorme que estaba cerca de mi casa y en el que pasábamos las tardes leyendo, charlando, discutiendo… conociéndonos. Una tarde se sentó más cerca de mí que de costumbre. Sentirla tan próxima me bastaba para aguantar la más grande de las penas, el tedio más desalentador, la preocupación más inmediata. Ella miraba hacia la nada y me recordó al momento en el que yo andaba con la mirada perdida y ella la había encontrado. —Dime —dije sabiendo que la primera palabra no saldría de ella. — ¿Recuerdas cuando nos abrazamos sin tan siquiera conocernos? —.
           
            La pregunta, como en la mayoría de los casos no esperaba una respuesta basada en su significado literal, por tanto un “sí, me acuerdo” hubiera sido una respuesta indigna. — ¿El día que me abrazaste quieres decir? —Bromeé para salir del paso en un modo elegantemente cobarde. — Un abrazo puede comenzarlo una persona, pero si la otra no abraza a su vez no podríamos llamarlo abrazo, ¿no, listillo? —. Sí, el listillo lo sabía y por eso sonreí. —En fin, sólo quería decirte lo que significó para mí ya que nunca hemos hablado de ese momento. Quiero que lo sepas porque cuando expreso lo que tengo dentro me siento bien, vamos, que lo hago por puro egoísmo, no te creas… —ahora la nerviosa era ella.

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