5 de noviembre de 2012

La Materia Gris del Corazón - Capítulo I



          Era curioso cómo después de un tiempo volvían recuerdos y viejas historias a su cabeza. A veces, todo se concentraba en un momento, en una palabra, en una sensación que le recorría el cuerpo y la dejaba sin fuerzas. Opciones que parecían posibles, incluso correctas, caminos estrechos que le permitían salir de la vía principal por la que andaba, callejuelas, recovecos que la dirigían hacia otro mundo, otros pasos, otra vida.

            

         Ella llevaba esperando su tren más de lo que podía recordar. El problema era que quizás debería haber cogido un avión y llegar antes a su destino. La elección siempre es responsabilidad nuestra. Elegir es una palabra que ella odiaba. Si la hubieran obligado a hacer esto o aquello, a estudiar eso y no lo otro, a salir con éste y no con aquél... ella habría sido más feliz. Siempre podría culpar de su infelicidad a otro y refugiarse en el manto grueso que las obligaciones le habían echado encima. Pero era inútil, ella había ido decidiendo; con un gran mazo de cartas repartía a izquierda y derecha según creía, volteaba algunas cartas, barajaba de nuevo, incluso se escondía algún as en la manga.
            Por eso, cuando pasó un tiempo y un calambre inquietante recorrió su cuerpo, pensó que la vida no sigue el recorrido de una flecha lanzada con un arco, más bien es un cohete que sale disparado sin previo aviso y comienza a hacer dibujos en el aire sin seguir una ruta fija. No intentes detenerlo porque lo único que conseguirás será marearte, caer al suelo mientras todo a tu alrededor gira incesantemente y te recuerda siempre lo mismo: la casa gana. Sabía que la vida no era como una máquina tragaperras, pero su ansia era irrefrenable y cada moneda que servía de alimento a la máquina de la vida y descendía lentamente por sus intestinos, a ella le provocaba una curiosidad y una excitación que necesitaba en su día a día.

            Cuando tuvo que leer su discurso frente a todas esas personas, no tuvo el menor reparo en dar lo mejor de sí misma. Impúdicamente fue revelando detalles de su vida que le permitían llegar a las conclusiones y posteriores recomendaciones que se quedarían impresas en las mentes de todos los jóvenes que la escuchaban. Tenía el don de la atracción. Palabra tras palabra ahondaba en el alma y en el cerebro de cada persona presente en la sala y ella lo sabía. Yo estaba en esa sala.

            Cinco años más tarde se repetía la historia: yo sentado como oyente en un salón de actos y ella como ponente encadenando palabras, solo que esta vez las circunstancias eran completamente distintas: yo sabía de antemano que ella sería una de las profesoras participantes en el simposio y ella sabía que yo no me levantaría hasta que finalizara su intervención.

            Su discurso empezaba diciendo: "A veces pienso que somos personas valientes que tenemos que vivir con un corazón cobarde, y no al revés". Esta creencia la había desarrollado a fuerza de apretar el gatillo de una pistola siempre cargada. ¿Cuál es el sentido de jugar a la ruleta rusa si sabemos que el disparo siempre - siempre - nos atravesará los sesos?

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