13 de noviembre de 2012

La Materia Gris del Corazón - Capítulo VIII



      Al igual que las indicaciones en las autovías nos van facilitando el viaje, yo llevaba un tiempo sabiendo que el viaje, el nuestro, estaba llegando a su fin. Veríamos un cartel que nos avisaría: “Fin a 15 km”. Y así, intentando no darnos cuenta, acabaríamos aplastados por el pisar del freno, consumidos con la reducción de marchas, rematados al echar el freno de mano y completamente exhaustos con el apagón del motor.


            Julia tomaba el café con unas gotas de leche y sin azúcar. Cuando el café está demasiado caliente podemos añadirle leche fría. Aunque la cantidad de leche sea prácticamente insignificante el café perderá el calor de inmediato. Sin embargo, un café frío no se calentará con un poco de leche caliente. Ella fue abandonándome sin pretenderlo. Yo lo aceptaba al igual que había aceptado su atención cuando nos habíamos conocido. Siempre he estado preparado para recibir lo bueno y, por ende, lo malo. No creo ser merecedor únicamente de cosas buenas y al igual que llegan los momentos de diversión, goce, pasión y felicidad, contamos con la presencia de los momentos de tristeza, impotencia, injusticia y ausencia.

            El final era andar a pasitos cortos, inseguros, desconfiados y aburridos. No la había dejado de querer ni un solo momento desde el día en el que la encontré necesitada de mi mundo. Un amor necesitado es siempre un error. El “yo te necesito” implica siempre un “algún día necesitaré otra cosa”. Se puede aplicar a casi todo. La sociedad va creando en nosotros más y más necesidades, falsas necesidades. Yo la necesitaba pero no puntualmente, como podía necesitar desconectar o viajar durante algún tiempo. Yo la necesitaba como necesitaba respirar, como necesitaba beber… la necesitaba como condición para no ir muriendo poco a poco. Claro que, si después de cinco años sin ella seguía vivo, mi teoría de la necesidad perdía todo su sentido.

            Quedaron pocas llamadas, pocas fotografías, pocos regalos, y demasiado vacío. Un vacío lleno de soledad mal soportada, de días desperdiciados, de dudas no resueltas. El tiempo, el tópico menos tópico que existe, fue alejando todo, reduciéndolo a un cajón desastre guardado en algún altillo de nuestra memoria.

            Entré en la sala nervioso. Sin saber el motivo real que me había movido a asistir. Quería verla, por supuesto, pero el porqué se me escapaba. Retroceder, recordar, recaer son algunos lastres innatos en el hombre. Tropezamos y volvemos a tropezar incluso sin piedras de por medio.

            Ella estaba sentada en la mesa principal con sus compañeros, estaba distraída y esta vez no elegí un sitio cercano a ella. Busqué el punto opuesto, ese que pasa desapercibido, y me senté. Yo no podía desdibujar la sonrisa que tenía pintada en la cara mientras la observaba moverse, gesticular, bromear con los demás. La intensidad de la luz se atenuó un poco, como cuando comienza una película en el cine. Agradecí el gesto y me dispuse a disfrutar del espectáculo.
           
            —A veces pienso que somos personas valientes que tenemos que vivir con un corazón cobarde, y no al revés —comenzó su discurso. Venían a mi mente tantos momentos, tantas conversaciones desmigando conceptos con ella, tanta vida pasada que ahora se actualizaba a pasos agigantados.

            La miraba a los ojos aun estando lejos de ella. La miraba fijamente sin dejar que se me escapara ninguna de sus palabras. ¿Por qué las cosas son tan complicadas? O  mejor dicho: ¿por qué las hacemos nosotros tan complicadas? Lo que funciona no necesita ser arreglado pero sí necesita un control de vez en cuando para prevenir posibles desgastes o  piezas en mal estado. Pero nuestro concepto de la vida, el de ella y el mío, defendía la idea de que “lo que se usa se acaba desgastando”.

            El desgaste no es negativo, deja ver que se ha disfrutado de algo, que se le ha sacado partido, que ha formado parte de nosotros, que nos ha acompañado en una etapa de nuestro camino errante por esta vida que inevitablemente termina algún día. ¿Cómo no van a terminar cosas tan pequeñas como una relación si lo más grande y aquello que envuelve todo- que es la vida- termina sin posibilidad de un plan b?

            Las luces tomaron la intensidad inicial y los asistentes comenzaron a levantarse. Yo decidí hacer lo contrario de la primera vez que nos encontramos en una situación similar y me quedé sentado. Ella y el resto de ponentes recogían sus cosas y se felicitaban unos a otros: prácticas educadas que se realizan la mayoría de las veces casi por inercia.

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