Al igual que las
indicaciones en las autovías nos van facilitando el viaje, yo llevaba un tiempo
sabiendo que el viaje, el nuestro, estaba llegando a su fin. Veríamos un cartel
que nos avisaría: “Fin a 15 km”. Y así, intentando no darnos cuenta,
acabaríamos aplastados por el pisar del freno, consumidos con la reducción de
marchas, rematados al echar el freno de mano y completamente exhaustos con el
apagón del motor.
Julia tomaba el café con unas gotas
de leche y sin azúcar. Cuando el café está demasiado caliente podemos añadirle
leche fría. Aunque la cantidad de leche sea prácticamente insignificante el
café perderá el calor de inmediato. Sin embargo, un café frío no se calentará
con un poco de leche caliente. Ella fue abandonándome sin pretenderlo. Yo lo
aceptaba al igual que había aceptado su atención cuando nos habíamos conocido.
Siempre he estado preparado para recibir lo bueno y, por ende, lo malo. No creo
ser merecedor únicamente de cosas buenas y al igual que llegan los momentos de
diversión, goce, pasión y felicidad, contamos con la presencia de los momentos
de tristeza, impotencia, injusticia y ausencia.
El final era andar a pasitos cortos,
inseguros, desconfiados y aburridos. No la había dejado de querer ni un solo
momento desde el día en el que la encontré necesitada de mi mundo. Un amor
necesitado es siempre un error. El “yo te necesito” implica siempre un “algún
día necesitaré otra cosa”. Se puede aplicar a casi todo. La sociedad va creando
en nosotros más y más necesidades, falsas necesidades. Yo la necesitaba pero no
puntualmente, como podía necesitar desconectar o viajar durante algún tiempo.
Yo la necesitaba como necesitaba respirar, como necesitaba beber… la necesitaba
como condición para no ir muriendo poco a poco. Claro que, si después de cinco
años sin ella seguía vivo, mi teoría de la necesidad perdía todo su sentido.
Quedaron pocas llamadas, pocas
fotografías, pocos regalos, y demasiado vacío. Un vacío lleno de soledad mal
soportada, de días desperdiciados, de dudas no resueltas. El tiempo, el tópico
menos tópico que existe, fue alejando todo, reduciéndolo a un cajón desastre
guardado en algún altillo de nuestra memoria.
Entré en la sala nervioso. Sin saber
el motivo real que me había movido a asistir. Quería verla, por supuesto, pero
el porqué se me escapaba. Retroceder, recordar, recaer son algunos lastres
innatos en el hombre. Tropezamos y volvemos a tropezar incluso sin piedras de
por medio.
Ella estaba sentada en la mesa
principal con sus compañeros, estaba distraída y esta vez no elegí un sitio
cercano a ella. Busqué el punto opuesto, ese que pasa desapercibido, y me
senté. Yo no podía desdibujar la sonrisa que tenía pintada en la cara mientras
la observaba moverse, gesticular, bromear con los demás. La intensidad de la
luz se atenuó un poco, como cuando comienza una película en el cine. Agradecí
el gesto y me dispuse a disfrutar del espectáculo.
—A veces pienso que somos personas
valientes que tenemos que vivir con un corazón cobarde, y no al revés —comenzó
su discurso. Venían a mi mente tantos momentos, tantas conversaciones
desmigando conceptos con ella, tanta vida pasada que ahora se actualizaba a
pasos agigantados.
La miraba a los ojos aun estando
lejos de ella. La miraba fijamente sin dejar que se me escapara ninguna de sus
palabras. ¿Por qué las cosas son tan complicadas? O mejor dicho: ¿por qué las hacemos nosotros
tan complicadas? Lo que funciona no necesita ser arreglado pero sí necesita un
control de vez en cuando para prevenir posibles desgastes o piezas en mal estado. Pero nuestro concepto
de la vida, el de ella y el mío, defendía la idea de que “lo que se usa se
acaba desgastando”.
El desgaste no es negativo, deja ver
que se ha disfrutado de algo, que se le ha sacado partido, que ha formado parte
de nosotros, que nos ha acompañado en una etapa de nuestro camino errante por
esta vida que inevitablemente termina algún día. ¿Cómo no van a terminar cosas
tan pequeñas como una relación si lo más grande y aquello que envuelve todo-
que es la vida- termina sin posibilidad de un plan b?
Las luces tomaron la intensidad
inicial y los asistentes comenzaron a levantarse. Yo decidí hacer lo contrario
de la primera vez que nos encontramos en una situación similar y me quedé
sentado. Ella y el resto de ponentes recogían sus cosas y se felicitaban unos a
otros: prácticas educadas que se realizan la mayoría de las veces casi por
inercia.
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